a catequesis parroquial es una empresa un tanto desagradable. El catequista sabe del asombro y del gozo de aquellos que escuchan y creen; pero también de la pena al mirar a los tibios que se van alejando a la deriva. Hay frecuentemente un enfrentamiento diario con padres estresados y sobre extendidos en sus compromisos, adolescentes desinteresados y textos pobremente escritos. Al pelear por un espacio dentro de la parroquia, contestar dudas sobre el velo para la Primera Comunión, o explicar por qué un mejor amigo budista no cuenta como testigo cristiano para el bautismo, ¡el idealismo que acompañó a ese primer llamado catequético puede comenzar a disminuir! La pregunta comienza a filtrarse por los recovecos de la conciencia del catequista: “¿en qué estaba yo pensando?”
He trabajado desde hace 35 años con mi esposo como catequista voluntaria en la preparación pre-sacramental (especialmente, la preparación al matrimonio), así como la catequesis de adultos jóvenes y durante los últimos 23 años en el proceso de catecumenado (RICA). Ahora, como Directora de la Educación Religiosa en una parroquia sub-urbana de 1200 familias, yo sigo siendo catequista, pero además ¡preparo el café, acomodo las sillas, hago las hojas de Excel, hago anuncios, doy consejos, analizo textos, y mendigo presupuestos para todo aquello que necesita hacerse!
Después de decir esto, admito, lo amo todo.
La Iglesia santifica el tiempo, y el ritmo de la vida y la muerte es la melodía que está organizada como una gran sinfonía levantada hacia el trono de la gracia con cada oración y acción sacramental que se pronuncia. Como catequistas, estamos al servicio de este misterio. Esta temporada del año, el final del año litúrgico y el paso al Adviento y a un nuevo año litúrgico, le da al catequista la oportunidad de contemplar nuevamente los comienzos y los finales. Al prepararnos y al preparar a los otros para que contemplen con asombro a Dios encarnado en el pesebre de Navidad, nos recuerda que la llamada a la conversión del Bautista todavía nos habla hoy. Este mundo tendrá un fin y nos pondremos delante del Señor Jesús y nos someteremos con nuestros trabajos, triunfos, pecados y tragedias a su Juicio Divino. Qué tan bien nos permitamos a nosotros y a nuestros trabajos configurarse con Cristo tiene consecuencias eternas, te rogamos Dios, que todo monte se allane y que todo valle se levante.
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