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El gran milagro: La Encarnación

Catequesis sobre los milagros de Jesús

‘El milagro central que afirman los cristianos es la Encarnación. Dicen que Dios se hizo Hombre. Todos los demás milagros lo preparan, lo exhiben, o resultan de esto…. [Todo] milagro cristiano manifiesta, en su particular tiempo y lugar, el carácter y significado de la Encarnación’ (C.S. Lewis, Milagros).

Antes de examinar los milagros particulares de Jesús, sería bueno considerar lo que Lewis designa el ‘milagro central’. Sostiene que ‘es vana toda discusión de ellos (los milagros particulares) en aislamiento de éste’.

Para ilustrar su argumento, Lewis propone una analogía. Suponiendo que poseemos partes de una novela o de una sinfonía; luego llega alguien con una pieza recién descubierta del manuscrito original afirmando que éste es el elemento perdido de la obra - la parte de la que depende todo el tema de la sinfonía o toda la trama de la novela. Nuestra tarea sería luego ver si este pasaje de hecho sí ‘ilumina todas las partes que ya habíamos visto y las une… Aun si el nuevo pasaje o tema principal contuviera grandes dificultades en sí, deberíamos de creerlo genuino siempre y cuando elimina dificultades en otras secciones. Algo así debemos de hacer con las doctrinas de la Encarnación. Aquí, en lugar de una sinfonía o de una novela, tenemos toda la masa de nuestro conocimiento. Su credibilidad dependerá del grado al cual la doctrina, si es aceptada, pueda iluminar e integrar toda esa masa. De mucho menor importancia es que la doctrina en sí pueda ser completamente entendible. Creemos que el sol está en el cielo a medio día en el verano, no porque podamos ver claramente el sol (porque de hecho, no lo podemos ver), sino porque podemos ver todo lo demás.’

Catequesis sobre los milagros de Jesús

En esta serie sobre los milagros de Jesús, hemos estado explorando toda la cuestión sobre la posibilidad de milagros al examinar el enfoque de C.S. Lewis. Hemos visto que el concepto de que la Naturaleza explica todo lo que existe es al final insostenible. La razón, o la racionalidad, no puede ser explicada dentro de la relación de causa y efecto de los procesos naturales. La racionalidad es algo fuera de la Naturaleza, actuando sobre la misma – dándole sentido y propósito.

Desde la base de la experiencia humana de la racionalidad que actúa desde fuera sobre la Naturaleza, Lewis analiza si esto debería de describirse correctamente como una “invasión”. Cuando vemos los resultados reales de la interacción de la Naturaleza y la Racionalidad, cuando la Racionalidad penetra a la Naturaleza, entonces se le da orden, propósito y sentido a la Naturaleza. La Naturaleza de por sí no proporciona esto. Solo proporciona una serie de eventos que siguen a otros eventos. No le da sentido a los eventos. Para eso, se requiere un acto de la Razón. Cuando la Naturaleza intenta subsumir a la Racionalidad dentro de sí, convirtiendo la razón en un mecanismo ciego, entonces la Naturaleza logra no solo destruir a la razón, sino que en el fondo, también se destruye a sí misma – se condena a estar sin propósito ni razón. (Afortunadamente, dice Lewis, los Naturalistas a menudo se olvidan de la teoría que sostienen, actuando de manera humana y racional.)

Todo esto conduce a la conclusión de que la mejor explicación de cómo son las cosas es que Dios es el Creador y el origen sobre la cual todas las demás cosas dependen. La Naturaleza tiene su orden y su propósito, pero esto es algo derivado, algo que recibe desde fuera, por así decir. No es intrínseco a la Naturaleza.

Si la Naturaleza es, en esencia algo creado, y por lo tanto algo a que Dios le haya dado sentido y propósito, ¿entonces por qué habrá necesidad de una nueva intervención de Dios?

Catequesis sobre los milagros de Jesús

En la edición anterior de The Sower, declaramos que veremos más a fondo el caso de C.S. Lewis acerca de la realidad de los milagros y sus argumentos en contra del escepticismo moderno en cuanto a la posibilidad de los milagros. Sus argumentos se exponen en su libro Los Milagros, publicado en 1947.

A los lectores seguramente les interesará comprender el lugar de los milagros en la vida y en el ministerio de Jesús. No obstante, muchas de las personas con quienes platicamos hoy en día son escépticos acerca de la mera posibilidad de los milagros. ¿Tenemos alguna respuesta para este escepticismo, aparte de decir que es simplemente asunto de fe – que por la fe confiamos en que Jesús obró milagros?

No es raro escuchar argumentos que buscan ‘soslayar’ los milagros, o que intenten encontrar una explicación no milagrosa aceptable para los eventos registrados en los Evangelios como milagros. Algunos argumentan explícitamente que las historias de los milagros solo fueron insertadas en los Evangelios para fortalecer la creencia de la Iglesia primitiva de que Jesús de verdad es el Hijo de Dios hecho hombre. Por ejemplo, es probable que todos hayamos oído que cuenten el milagro de la multiplicación de los panes como un suceso en el que toda la gente empezó a sacar y a compartir los alimentos que ellos llevaban.

Los asuntos centrales, por lo tanto, son si podemos aceptar la historicidad de los relatos de los Evangelios y si es razonable aceptar en principio que Jesús hizo milagros.

Nueva serie: Catequesis sobre los milagros de Jesús

Iniciamos con una nueva serie sobre cómo catequizar acerca de los milagros de Jesús.

Comencemos con algunos comentarios generales ya que en nuestro clima actual se han suscitado preguntas serias acerca de la historicidad de los milagros en los Evangelios, y de la naturaleza misma y la posibilidad de los milagros.

La cuestión de la historicidad de los Milagros de Jesús fue destacado recientemente en la publicación de El Evangelio según Judas: por Benjamín Iscariote, de Jeffrey Archer y Frank Moloney. El último es un erudito bíblico católico. Cuando salió a la luz pública esta publicación, Moloney comentó en una entrevista que la mayoría de los eruditos bíblicos hoy en día están de acuerdo en que Jesús no hizo ninguno de los milagros de la naturaleza. Los milagros de la naturaleza incluyen, supongamos, la tempestad calmada, el caminar sobre las aguas, la multiplicación del pan y de los peces para dar de comer a los cinco mil y la conversión del agua en vino en Caná. Aparte de tales expresiones de la perspectiva, supuestamente, de los eruditos, existe una buena dosis de escepticismo acerca de los milagros al nivel popular. La cultura predominante es ser escéptico acerca de todo lo que no parece ser susceptible a la verificación científica: tanto la opinión erudita como la cultura popular son una manifestación de la misma mentalidad ideológica del positivismo. Este es el legado ininterrumpido de la Ilustración con su negación de la posibilidad de la intervención divina en el mundo.

Metodología catequética: la catequesis Bíblica

La presentación de la doctrina debe de ser bíblica y litúrgica.

En el cuarto artículo de esta serie escribimos acerca de cómo asegurar que la presentación de la doctrina sea litúrgica. Este quinto artículo forma un díptico junto con el cuarto (una segunda mitad conectada con bisagra a la primera), es decir, la presentación de la doctrina debe también de ser bíblica. La Escritura y la Tradición – de las cuales la liturgia forma gran parte son los dos paneles del díptico que son distintos pero que no deben de ser separados.

La tarea primaria de la catequesis es de transmitir la Palabra de Dios, llamada a veces el ‘Evangelio de Cristo’. A menudo se entiende por ‘Palabra de Dios’ la sola Escritura, mientras que de hecho la Iglesia se refiere, mucho más plenamente, a la Persona entera de Cristo quien es la Palabra del Padre. Es Él quien es el Evangelio, la Buena Nueva. Es tan importante conservar la unidad de la Escritura y la Tradición que cuando se enseña desde la Escritura, es también provechoso considerar al Catecismo, y conversamente, cuando se enseña desde el Catecismo, también se debe de desarrollar el hábito de recurrir a la Escritura. i

Concretamente, entonces, se debe de cuidarse de usar un enfoque que utiliza o el Catecismo solo o la Escritura sola. Si en tu sesión, quieres referirte a un pasaje de las Escrituras durante tus enseñanzas, asegúrate de relacionarlo con un punto de la doctrina de la Iglesia. Si en tu sesión deseas referirte a un pasaje del Catecismo, asegúrate de relacionarlo con un pasaje de la Biblia.

Catechesis on the Parables of Jesus: The Wedding Feast and the Garment of Salvation

The Parable of the Wedding Feast is found in Matthew 22:1-14 and in Luke 14:16-24. As usual, it would be good to read these two Gospel readings of the parable before reading this article.

Matthew’s account of the parable of the Wedding Feast has a sting in the tail! It is another of those parables that cause us to react. We fail to understand the apparent harshness of the king in his treatment of the guest – presumably, just brought in off the street – who is not wearing a wedding garment. The temptation, as often happens when we react, is to turn away from the parable with the secret thought that it seems to be unchristian – not unlike our judgment of the wise virgins whose treatment of the unwise seems equally contrary to the gospel values we have learned. We need to ask the Holy Spirit to teach us!

La Parábola de los obreros de la última hora en la viña

La Parábola de los obreros de la última hora, en Mateo 20:1-16, suscita unas dificultades para nosotros. No es difícil sentir cierto grado de simpatía con los obreros, quienes habían sido contratados al iniciar el día y habían dedicado toda la jornada. Claramente, es derecho del propietario ser generoso, pero ¿no hay también una cuestión de justicia?

Así que, una vez más, como sucede con muchas parábolas, tenemos que confrontar algo que parece inevitablemente provocar una reacción en nosotros. Tal vez a estas alturas, si has estado siguiendo la serie sobre las Parábolas en The Sower, ya sospechas que hay algún mensaje y sentido más profundo que solo serán revelados cuando dejamos a un lado nuestras reacciones típicas. ‘Sus pensamientos no son mis pensamientos, y sus caminos no son mis caminos – oráculo del Señor.’ Parece que uno de los propósitos de las parábolas es exponer nuestras maneras de pensar y contrastarlas con los caminos del Señor. De esta forma, las parábolas proporcionan la oportunidad, incluso el llamado, a una conversión de mente y de corazón. Seguramente, ésta es la mera esencia de una parábola, especialmente las que inician: ‘El reino del cielo es como…’.

Nuestro Señor está llamando a sus oyentes a que se conformen a una nueva manera de pensar – un camino nuevo que nos habilita para tomar nuestro lugar en el Reino de los Cielos. Las parábolas contribuyen a un proceso por el que nos conformamos aún más a Cristo mismos. Y este proceso solo puede suceder si estamos dispuestos a desprendernos de nuestros modos naturales de pensar, y sobre todo de nuestras reacciones normales.

La parábola del banquete de bodas y el traje de boda

La Parábola del Banquete de Bodas se encuentra en Mateo 22, 1-14 y en Lucas 14, 16-24. Como siempre, se recomienda la lectura de estos dos textos del Evangelio antes de leer este artículo.

La narración de Mateo de la Parábola del Banquete de Bodas ¡trae cola (con aguijón)! Es otra de esas parábolas que nos hacen reaccionar. Fallamos en comprender la aparente severidad del rey en su trato del invitado – a quien, se nos da a entender acaban de traer de la calle – y quien no lleva puesto un traje de boda. La tentación, como suele suceder, es de dar la espalda a la parábola con el pensamiento secreto que no parece nada cristiana – algo así como nuestro juicio sobre las vírgenes prudentes cuyo trato de las vírgenes no previsoras parece de igual forma muy contrario a los valores evangélicos que hemos aprendido. ¡Tenemos que pedirle al Espíritu Santo que nos enseñe!

Escuchar a Cristo que habla por medio de las Escrituras

En nuestro artículo previo, examinamos cómo la tradición patrística nos ayuda a comprender la manera en que la ‘escucha’ personal de Cristo por las Escrituras puede explicarse y legitimarse teológicamente. El Espíritu Santo que mora en el texto sagrado, la Iglesia, y el lector-intérprete son todos activos en mediar la viva voz de Cristo en las Escrituras. El evento de escucha de la voz de Cristo es una acción de gracia que es profundamente personal, más nunca privada, ya que el Espíritu obra tanto en, y a través de, toda la comunidad de fe, mediando el misterio pascual a lo largo de la vida entera de la Iglesia. Sin embargo, la experiencia nos ha enseñado que una tendencia fundamentalista puede invadir sigilosamente: es una tendencia que intenta privatizar el sentido con la exclusión de otras voces auténticas que emanan desde la Iglesia. La Pontificia Comisión Bíblica también ha declarado esta percepción:

‘El Espíritu Santo también ha sido dado, ciertamente, a los cristianos individualmente [énfasis suya], de modo que pueden ‘arder sus corazones dentro de ellos’ (cfr. Lc. 24, 32), cuando oran y estudian en la oración las Escrituras, en el contexto de su vida personal. Por ello, el Concilio Vaticano II ha pedido con insistencia que el acceso a las Escrituras sea facilitado de todos los modos posibles (Dei Verbum, 22; 25). Este tipo de lectura, hay que notarlo, no es nunca completamente privado, ya que el creyente lee e interpreta siempre la Escritura en la fe de la Iglesia y aportaa la comunidad el fruto de su lectura, para enriquecer la fe común.’i

Pero, ¿cómo apropiarse de esta auténtica experiencia de gracia sin provocar el efecto secundario negativo de desafecto en la comunión con la Iglesia Católica Romana y sin echar sus lealtades hermenéuticas hacia la arena del fundamentalismo bíblico? Se encuentra la respuesta en la precoz práctica patrística de unir el sentido espiritual, una apropiación altamente personalizada del mensaje bíblico, con la Tradición viva de la comunidad de fe.ii Empezaremos primero por notar algunos de los rasgos del fundamentalismo y una manifestación peculiar del fundamentalismo entre los católicos.

Catequesis sobre las parábolas de Jesús: Las vírgenes prudentes y necias

Desde hace ya varios años, he estado reflexionando sobre una experiencia que compartimos en comunión con muchos catequistas en relación a la enseñanza de las parábolas. Es un dato relevante, que cuando escuchamos muchas de las parábolas que se proclaman o se leen por sí solas, experimentamos una reacción negativa hacia ellas. De igual modo, cuando predicamos o enseñamos sobre las parábolas, nos damos cuenta que nuestros interlocutores tienen esa misma reacción.

Pensemos un momento en las reacciones típicas a la parábola del hombre sin el traje de bodas, o aquella en la que los jornaleros recibieron el mismo salario por una hora de trabajo que los que soportaron todo el calor del día. Luego está la del Hijo Pródigo– nuestra simpatía es para el hermano mayor.

Algunas de las parábolas no evocan este tipo de reacción negativa. Sin embargo, hay un problema diferente: porque sólo vemos el mensaje moral de la parábola y no vemos el mensaje evangélico, no hay ninguna reacción – ¡no hay, por lo menos, un ardor en nuestros corazones cuando las parábolas se explican!

Parte del objetivo de esta serie explicativa sobre las parábolas ha sido el de revelar el mensaje evangélico – a veces algo escondido – por ejemplo, en las parábolas del Buen samaritano, del Fariseo y el publicano, la Perla de gran valor, y así sucesivamente.

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