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La Página del Obispo: La importancia de la comunión de los santos

Decimos al final del Credo, ‘Creo en el Espíritu Santo, la santa Iglesia Católica, la comunión de los santos…’ Esta ‘comunión de los santos’ es un misterio de mucha importancia en nuestra fe.

Y, sin embargo, nuestra fe en ese misterio puede pasar desapercibida ‘así nomás’. Decimos, ‘…el Espíritu Santo, la santa Iglesia Católica, la comunión de los santos, el perdón de los pecados…’ ¿Permitimos que aquellas frases del Credo se deslicen inadvertidas porque nos acostumbramos a ellas?

Elevados hacia el cielo durante la Misa

Debemos de tener en mente el misterio de la comunión de los santos y recordar que vivimos esa comunión muy especialmente en la Misa. Cuando llegamos al momento de la gran Plegaria Eucarística y nos invitan a ‘levantar el corazón’, eso significa que vamos místicamente al cielo. Por la liturgia de la Iglesia, el Espíritu Santo nos recuerda a todos la verdad acerca de Jesús. Y en la Misa somos levantados místicamente al cielo y allí estamos con el Señor, con María, la Reina de todos los Santos, con José, con todos los Apóstoles, con los mártires, y los ángeles. Nos levantan para estar con todos los santos.

¡Qué reverencia nos debería de sobrecoger durante la Plegaria Eucarística! Debemos de ser sobrecogidos de reverencia porque, de forma mística, tenemos el privilegio de estar allí mismo con los santos del cielo y, de manera muy importante también, estamos con todas las almas del purgatorio.

Recordemos a los que han fallecido

Noviembre es el mes en el que enfocamos de manera muy especial la comunión de los santos y de las santas almas y debemos de recordar que lo más cerca que podemos estar de nuestros seres queridos quienes han fallecido, lo más cerca que puedo llegar a mi madre y mi padre, a mis abuelos, a todos los miembros de mi familia y buenos amigos que han muerto, ¡lo más cerca que puedo estar de ellos, de llegar a ser uno con ellos en la oración es en la Misa! Nuestra fe en este misterio se indica en aquellas pocas palabras, ‘Creo en la comunión de los santos’. La Misa es un lugar santo; y estoy muy agradecido con los directores de la liturgia, quienes nos ayudan a darnos cuenta, por medio de la música que eleva el espíritu, que estamos con los santos.

En la Misa entonamos los cantos que los ángeles y los santos quieren entonar con nosotros. No cantamos cualquier canto. Para eso es la ‘Música Sacra’ – la música que nos recuerda que la Misa no es tan sólo para nosotros. La Música Sacra no es solamente lo que nos gusta, pero es música que corresponde a la gran dignidad de los ángeles y los santos. Entonces, no podemos, por ejemplo, cantar cantos como, ‘Todos están bienvenidos’, porque los santos no pueden entonar eso con nosotros. Los santos saben, trágicamente, que los del infierno no son ‘bienvenidos’.

Para ser correcto, el canto debe de decir, ‘¡Son bienvenidos todos los que utilizan su libre albedrío para desear ser bienvenidos!’ Pero nuestra fe no es tan sencilla como ‘todos son bienvenidos’. Y éste es tan solo un ejemplo de cómo nuestros directores de música y nuestros coros deben de tener cuidado, para ayudarnos a cantar música que no sea inadecuada para la entonación de los ángeles y los santos. Si ‘creemos en la comunión de los santos’, siempre honraremos su dignidad y su majestad.

El canto de los ancianos entonado por los sacerdotes

También quisiera recordarte una frase hermosa, que se encuentra en la primera lectura de la Fiesta de Todos los Santos, ‘Y todos los Ángeles que estaban en pie alrededor del trono de los Ancianos y de los cuatro Vivientes, se postraron delante del trono, rostro en tierra, y adoraron a Dios diciendo: “Amén. Alabanza, gloria, sabiduría, acción de gracias, honor, poder y fuerza, a nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amén.”’

¿De cuáles palabras de la Plegaria Eucarística nos recuerda este canto de los ancianos y los cuatro vivientes? ‘Por Cristo, con Él, y en Él, a ti Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo (y eso significa en la comunión de los santos, en la unidad de la Iglesia), todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos.’

Esta oración al final de la Plegaria Eucarística es básicamente el mismo himno que el que entonan los ancianos y los cuatro vivientes. Y es por eso que les toca sólo a los sacerdotes cantar o recitar ese himno en particular, porque los sacerdotes son los ancianos de la Iglesia en la tierra, la Iglesia Militante, ya que nos unimos con la Iglesia Doliente en el purgatorio, y con la Iglesia Triunfante de los ángeles y los santos en el cielo.

Es por eso que este himno de gloria y de alabanza al Señor es entonado por los sacerdotes al ofrecerles el Sacrificio Eucarístico al Señor. Porque los sacerdotes actúan en la persona de Cristo, aunque seamos indignos, tenemos el honor de unirnos con los evangelistas (los cuatro vivientes) y con los ancianos entonando este hermoso himno al Señor. Durante la Plegaria Eucarística estamos, verdadera y místicamente, en el cielo y por eso, ¡qué reverencia nos debe de sobrecoger!

Llamados nosotros también a ser santos

Mi tercer punto es éste, si ‘creemos en la comunión de los santos’, creemos en nuestro llamado a ser santos nosotros mismos. La palabra ‘santos’ significa ‘personas sagradas’. Y escuchamos en la primera lectura que hay un sinfín de santos, ‘personas de cada nación, raza, pueblo, y lengua’. ¡La santidad es para todos! La santidad SÍ es para los que encuentran dificultad en orar – ya que son llamados a dar su tiempo, la cual es su vida al Señor. La santidad es para aquellos, para ti y para mí a veces, a quienes les parece difícil orar, que se topan con la oración que parece seca y distraída. La santidad ES para las personas que tienen terribles tentaciones. No es simplemente para la gente que adolece de tentaciones. Algunos de los santos más grandes tenían las tentaciones más fuertes. Las tentaciones son ocasión para practicar el bien sobre el mal. Las tentaciones son ocasiones para practicar la virtud y la santidad.

¡Te animo a ti en tus batallas contra las tentaciones a que sigas en la lucha! Jesús se permitió a sí mismo ser tentado por el diablo. Así que no podemos decir ‘la santidad no está a mi alcance, ya que me es muy difícil orar’, o ‘la santidad no está a mi alcance porque tengo demasiadas tentaciones’. La santidad es PARA ti cuando tienes demasiadas tentaciones y cuando te sea difícil orar. La dificultad en la oración y las tentaciones te recuerdan que esas dificultades nunca son el final del cuento, así como la muerte y el sufrimiento de Jesús tampoco fueron el final de la historia. La Resurrección es el final de la historia; la santidad es el final de la historia.

No estamos solos

Finalmente, quisiera decir lo impresionado que estoy y cómo me inspira ver tantos de nuestros jóvenes persiguiendo de verdad la santidad hoy en día. Nuestros seminaristas de veras persiguen la santidad. Y muchos de ustedes, con la bendición y la complejidad de una gran familia y situaciones difíciles, de veras persiguen la santidad. Eso me hace mucho bien, porque me recuerda, al enfrentar mis propias luchas – que no estoy solo. Y así puede ser para todos ustedes, al encontrarse en buena comunidad cristiana – ¡te recuerdan, al ir tú luchando, que no estás solo!

Una de las cosas grandiosas del cielo, como dijo nuestro Santo Padre, el Papa Benedicto XVI, una de las cosas más grandiosas del ser santo, es que nunca hay ni el más mínimo momento de soledad. Nunca. Qué experiencia maravillosa más allá de la descripción ha de ser eso. Así que, por favor, en la carrera hacia la santidad, nunca te canses. Nunca te desanimes. Así podrán animarse los unos a los otros, y luego podrás animar a los que están encargados de pastorear a la Iglesia. Y así es como vamos hacia delante como Iglesia Militante, la Iglesia en este mundo. Avanzamos siempre con profunda esperanza. Y avanzamos siempre con gozo profundo. Gracias por leer esto y que Dios te bendiga. ‘Concédelos el descanso eterno, oh Señor, y brille para ellos la luz perpetua. ¡Que descansen en paz! Amén.’

¡Alabado sea Jesucristo!

Spanish translation by Althea Dawson Sidaway: [email protected]

Most Rev. Robert C. Morlino is the Bishop of Madison. Bishop Morlino entered seminary for the Maryland Province of the Society of Jesus, and was ordained to the priesthood for that Jesuit Province in 1974. Father Morlino taught Philosophy at Loyola College in Baltimore, St. Joseph University in Philadelphia, Boston College, the University of Notre Dame and St. Mary's College, in Indiana. In 1999, Pope John Paul II appointed him the Ninth Bishop of Helena. Then, in 2003, Bishop Morlino was appointed the Fourth Bishop of Madison. In 2008, for his work in defense of the dignity of the human person, Bishop Morlino was awarded Human Life International’s Cardinal von Galen Award, named after the famous German bishop who worked actively against the Nazis.  That same year, he also received the St. Edmund’s Medal of Honor, awarded to Catholics who have used their God-given talents in promoting the common good. 

This article is from The Sower and may be copied for catechetical purposes only. It may not be reprinted in another published work without the permission of Maryvale Institute. Contact [email protected]

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Current Issue: Volume 10.4

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