San Juan Bosco, el santo patrón del trabajo con la juventud, era conocido no solamente por la manera en que les enseñaba a los niños acerca de la fe, sino también por la manera en la que les formaba en su fe. Juan Pablo II, en su carta Iuvenum Patris, escribió que la preocupación de San Juan Bosco por la evangelización de sus jóvenes ‘no se limita a la catequesis, o a la liturgia, o a los actos religiosos que requieren el ejercicio explícito de la fe y a ella conducen, sino que abarca todo el dilatado sector de la condición juvenil.’(1)
San Juan Bosco no solo quería que sus jóvenes tuvieran éxito en la fe; quería también que tuvieran éxito en la vida. Sabía que el conducir a los chicos hacia la santidad requería un ortodoxo plan de estudios. Y vio además que se requería de otras cosas. Lo involucraba en la edificación de la comunidad, en la capacitación laboral, se metía en el gobierno, en toda una gama de interacciones sociales, en encontrarles un lugar para vivir, etc.
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