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La Página del Obispo: Son los papás que forman el corazón y la mente de sus hijos

Al reconocer el papel esencial que juegan los padres de familia en la vida de sus hijos y viendo los retos que enfrentan los papás hoy en día, me quiero dirigir a los papás en este artículo. Es bueno recordar las palabras de la Declaración sobre la educación cristiana de los Documentos del Segundo Concilio Vaticano, en el que el Concilio nos recuerda que ‘los primeros y principales educadores’ son los padres de familia quienes ponen el ejemplo de lo que significa ser católico para sus hijos.

‘[Los] padres… están gravemente obligados a la educación de la prole y, por tanto, ellos son los primeros y principales educadores... Es, pues, obligación de los padres formar un ambiente familiar animado por el amor, por la piedad hacia Dios y hacia los hombres, que favorezca la educación íntegra personal y social de los hijos. La familia es, por tanto, la primera escuela de las virtudes sociales, de las que todas las sociedades necesitan.  Sobre todo, en la familia cristiana, enriquecida con la gracia del sacramento y los deberes del matrimonio, es necesario que los hijos aprendan desde sus primeros años a conocer [a Dios de acuerdo a] la fe recibida en el bautismo, [de adorar a Dios y de amar al prójimo].’

El día del bautismo de sus hijos, los padres prometen ‘aceptar la responsabilidad de educar’ a sus hijos ‘en la práctica de la fe.’ Esta responsabilidad es de su ‘cuidado constante’. Los padres deben de ‘velar a que la vida divina que Dios les da [a sus hijos] se salvaguarde del veneno del pecado, y crezca siempre más fuerte en sus corazones.’ Reflexionemos sobre estas palabras para entender lo que significan para los padres de familia de hoy.

Creciendo en la práctica

Primero, para aceptar la responsabilidad de educar a sus hijos en la práctica de la fe, los mismos padres deben de practicar y tener conocimientos de la fe. Hoy en día, los papás son bendecidos con un acceso fácil a la Biblia, al Catecismo de la Iglesia Católica y a programas de formación para adultos.  Más importante que los materiales, sin embargo, es el deseo de profundizar su conocimiento de la fe al leer la Escritura y el Catecismo, y al participar en los múltiples programas que ofrecen nuestras parroquias o diócesis. Un conocimiento de la fe es algo que sigue creciendo y profundizándose hasta que entremos en la plenitud de la vida eterna. Por lo tanto, el ‘cuidado constante’ de los papás por su propia vida de fe se derramará al ‘cuidado constante’ de la vida de fe de sus hijos.

Unas buenas preguntas que los padres pueden ponderar en sus corazones son:

  • ¿Qué tan bien conozco y practico mi fe?
  • ¿Con qué frecuencia leo la Biblia o el Catecismo, fuentes esenciales para conocer la fe?
  • ¿Con qué frecuencia, cuando busco información acerca de las enseñanzas de la Iglesia Católica, me dirijo a un periódico o revista católica, en lugar de la Biblia o el Catecismo, simplemente porque son más entretenidos o más fáciles de leer?
  • ¿Qué tan seguido participo en programas de formación en la fe para adultos?
  • ¿Qué tan bien conozco y comprendo las virtudes y las explico a mis hijos?
  • Si mis hijos están recibiendo una preparación para un sacramento, ¿cuánto tiempo paso cada semana enseñándoles a orar, ayudándoles a aprenderse de memoria sus oraciones o haciendo que sea mi ‘cuidado constante’ asegurarme que comprendan el material que se les presenta?
  • ¿Cuánto tiempo pasamos en oración como familia?
  • ¿Cómo le doy prioridad a mi propia formación en la fe al cuidar mi familia?

Al salvaguardo del veneno del pecado

Esto nos conduce al siguiente elemento: las promesas hechas por los padres al celebrarse el Sacramento del Bautismo de sus hijos: salvaguardar del veneno del pecado la vida divina que Dios les da a los niños para que la vida divina pueda crecer siempre más fuerte en sus corazones.

Como católicos reconocemos que Dios nos concede su vida divina. En el bautismo, nos convertimos verdaderamente en hijas e hijos del Padre, en el Hijo, Jesucristo. Esta vida divina es un don puro y nos permite entrar en una relación personal con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. ¡Debemos de ser conscientes y tener conocimiento de nuestra identidad como hijos bien amados de Dios (1Jn 3, 1.2)!

Unas buenas preguntas que los papás harían bien de ponderar son:

  • ¿Me reconozco como hija o hijo bien amado del Padre?
  • ¿Tengo una relación personal con el Padre, con Jesús y con el Espíritu Santo?
  • ¿Soy fiel en esta relación?
  • ¿Estoy preparado para cultivar esta vida divina en mis hijos como lo prometí en su bautismo?

Los papás entonces son llamados para salvaguardar esta vida divina del veneno del pecado. El pecado y el mal son reales. Tenemos solo que mirar al mundo en el que vivimos para ver evidencias de ambos. Sea el aborto, la guerra, el asesinato, el robo, el vivir juntos antes del matrimonio, la contracepción, la violencia, el genocidio, el hambre, el abuso de las drogas, etc., todos estos males son pecado o consecuencias del pecado. Todo pecado rompe la clara ley de Dios y va en contra de la razón y de la ley natural.

Los padres deben de enseñar a sus hijos que hay un correcto y un equivocado – hay un bien y un mal. Hay una verdad objetiva a la cual todos somos llamados a adherirnos.    Señalando el pecado es esencial para la protección de la vida divina dentro de nosotros. Siempre herimos, y hasta podemos perder, el don de la vida divina cuando elegimos romper los mandamientos de Dios. El Maligno es real y Jesús le dio el nombre de ‘padre de las mentiras’, ya que siempre nos aleja de la verdad, y el bien (Jn 8, 44).

Unas buenas preguntas por considerar son:

  • ¿Cómo entiendo el pecado y el mal?
  • ¿Quién forma mi comprensión del pecado y de la maldad – Dios o el mundo?
  • ¿Cómo he cedido al ‘padre de las mentiras’?
  • ¿He perdido mi sentido de pecado y maldad?
  • ¿Comprendo que con tal de volverme bueno, que es siempre el núcleo central de la vida moral, debo elegir el bien y desistir de toda maldad?

La vida divina en el corazón

Finalmente, la fe y el vivir la fe son siempre parte del corazón. La fe puede ‘crecer más fuerte en el corazón’ o marchitarse y morir. En la Escritura, el corazón es el lugar en la profundidad del ser ‘donde la persona opta a favor o en contra de Dios’ (CIC 368 y 2563). Después del bautismo, el Espíritu Santo reside en el corazón de la persona y permite que la persona clame, ‘¡Abba, Padre!’ (Gal 4,6). Ese amor puede crecer y profundizarse al irse purificando nuestro corazón y al ir conociendo de manera más íntima el Dios vivo.

Unas preguntas para la reflexión son:

  • ¿Le he entregado a Dios mi corazón?
  • ¿Le pido a Dios diariamente que purifique mi corazón?
  • ¿Deseo de corazón conocer y amar a Dios ante todas las cosas y amar a mi prójimo como a mí mismo?
  • ¿Vivo mi vida desde el amor de Dios que vive en mi corazón?
  • ¿Examino mi corazón cada día para observar mi fidelidad o mi falta de fidelidad al amor de Dios y al prójimo?

 La vida divina en el corazón es alimentada más plenamente en la vida sacramental de la Iglesia, y más especialmente en la Eucaristía dominical y en el Sacramento de la Reconciliación. Estos dos sacramentos deben de ser amados y vividos por los papás si sus hijos vayan a llegar a conocer el amor que les tiene Jesús. La ‘práctica de la fe’ se vive en estos dos sacramentos.

El domingo

Como niño, recuerdo que mis papás daban prioridad a la Eucaristía y a la Confesión dominicales. En ese entonces, la sociedad apoyaba mucho más el santificar el Día del Señor. Debido a las presiones que ejerce la sociedad sobre las familias hoy en día, es aún más crítico que los papás no vacilen en las expectativas que tienen para sus hijos o para sí mismos en cuanto a su vida de fe, o en el testimonio que dan.

La única vez que un miembro de mi familia se perdía de la misa fue por grave enfermedad. Si estábamos de viaje, o de visita con familiares en la costa oriente, o íbamos a un partido de futbol, la Eucaristía dominical tenía el primer lugar. La hora para asistir a la Misa dominical se decidía desde el viernes cuando mis papás les decían a mis hermanas y a mí la hora en que iríamos a misa el domingo. Íbamos toda la familia incondicionalmente.   

Unas buenas preguntas de reflexión para los padres de familia incluyen:

  • ¿Qué prioridad le doy a la Eucaristía dominical?
  • ¿Creo verdaderamente que recibo el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Jesucristo cada vez que recibo la Sagrada Comunión?
  • ¿Deseo recibir el amor que Dios me tiene cada domingo en la Eucaristía y me entrego totalmente en donación al Padre con Jesús?
  • ¿Pongo un buen ejemplo para mis hijos al hacer de la Eucaristía una prioridad en mi vida?

Ordinariamente, mis papas nos llevaban a Confesión cada sábado. Había largas filas. Haciendo fila eran los abuelos, tías y tíos, amigos, todos iban para celebrar el sacramento. No cabía la menor duda en mi mente sobre la importancia del sacramento y sobre el hecho de que mis pecados serían perdonados. El hecho de que mis papás hacían cola conmigo y con mis hermanas nos enseñó que ellos también tenían necesidad del perdón de Dios, y que ese perdón era algo que yo necesitaría toda mi vida. Mis papás nos enseñaron con su ejemplo. Lo mismo sigue vigente hoy en día.

Unas preguntas para la ponderación de los papas son:

  • ¿Voy a Confesión una vez al mes?
  • ¿Enseño, con mi ejemplo, a mis hijos la importancia de este sacramento y cómo les ayuda a crecer en el amor a Dios y al prójimo?

Oro porque todos los padres de familia emprendan la responsabilidad de formar el corazón y la mente de sus hijos en nuestra fe católica. Los papás tienen un papel indispensable que jugar, uno que nunca se podría enfatizar de más, uno que no puede ser delegado a los catequistas o maestros de escuela. Lo bien que los niños conozcan y reciban el amor que Jesús les tiene dependerá de qué tan bien sus papás conozcan y reciban el amor de Jesús. ¡Oro porque los papas lleguen a conocer y a recibir ese amor, y sean los más grandes de los maestros y ejemplos para sus hijos en los caminos de la fe!

Spanish translation by Althea Dawson Sidaway: [email protected]

The Most Reverend Samuel J. Aquila is Bishop of Fargo in North Dakota, USA. Previously, he served as Director for the Office of Liturgy and Master of Ceremonies in the Archdiocese of Denver from 1990 until 1995, and as Secretary for Catholic Education from 1995 until 1999. He then served as the first Rector of St. John Vianney Seminary in Denver and Chief Executive Officer of Our Lady of the New Advent Theological Institute. Bishop Aquila currently serves on the Bishops’ Advisory Council for the Institute for Priestly Formation.

This article is from The Sower and may be copied for catechetical purposes only. It may not be reprinted in another published work without the permission of Maryvale Institute. Contact [email protected]

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Current Issue: Volume 10.4

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