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El tour: Las reflexiones de un obispo sobre la Confirmación

“¿Hace esto seguido?”, me preguntaron la otra noche. “Unas setenta veces por año,” contesté para asombro de mi interlocutor. El tema de la plática fue el Sacramento de la Confirmación. De hecho, en cualquier año, puede haber más de cien Confirmaciones en toda la Diócesis. Estoy agradecido con Mons. Daniel Cronin, Arzobispo Emérito de Hartford, quien me ayuda generosamente en confirmar a lo largo y ancho del Condado de Fairfield. También reitero mis gracias para con el Obispo Mons. William McCormick y con el recién fallecido Obispo Mons. Daniel Hart, así como con un gran número de sacerdotes quienes han administrado la Confirmación en la Diócesis de Bridgeport, a lo largo de los años.

Oportunidades para el Obispo

Qué gozo y privilegio es compartir este sacramento tan grande con tantos jóvenes. Al nivel meramente social, la Confirmación es una oportunidad para visitar con nuestros hermanos sacerdotes, diáconos y dirigentes laicales. También me permite estar con un gran número de parroquianos y visitantes. Al entrar en las iglesias llenas con tanta gente – papás, abuelos, padrinos, y amistades – me encuentro en la compañía de muchos que están buscando lo mejor para los jóvenes a quienes estoy por confirmar.

Es también para mí una oportunidad para compartir el Evangelio no solo con los confirmandi (del Latín “los que están por confirmarse”), sino con los que ya han sido confirmados, tal vez hace muchos años. Después de la Misa y de la Confirmación, visito con los recién confirmados y con sus papás y padrinos. En esas ocasiones, los jóvenes me piden que bendiga algunos objetos religiosos y me dicen (al preguntarles yo) si le van a los Mets, los Yanquis, los Red Sox, u algún otro equipo deportivo. Muchos me cuentan de sus escuelas o de algún talento especial en música, drama o deportes. A menudo piden mis oraciones para algún ser querido enfermo y moribundo o por alguna otra intención especial. De vez en cuando, los fieles me recuerdan de algún intercambio de correspondencia, elogian a sus sacerdotes o me hacen alguna pregunta – todo con las cámaras sacando fotos sin parar. ¡Es caos organizado, pero es divertido!

La Confirmación también me da la oportunidad para dar las gracias a los directores de la educación religiosa, los directores de escuela, los catequistas, ministros juveniles y otras personas que trabajan con tanta diligencia para formar a nuestros jóvenes en la fe y en las verdades y valores que fluyen de la fe. La suya no es tarea fácil. Somos bendecidos con gente joven maravillosa, talentosa e idealista. Sin embargo, éstos jóvenes suelen llevar vidas extremadamente ocupadas, a menudo con poco tiempo dedicado para la educación religiosa y la misa dominical. Qué nos guste o no, a más y más temprana edad, también enfrentan mucha presión para involucrarse en comportamientos destructivos como el sexo prematrimonial, el consumo de alcohol, y droga ilícita. Estos comportamientos son contrarios tanto al Evangelio como al buen sentido común. Nuestros catequistas y ministros juveniles aprenden y abrazan la fe para superar estas amenazas a su amistad con Dios y a su dignidad, y para mantenerlos en un camino de integridad y discipulado.

A menudo, antes de la Confirmación, tengo una sesión de preguntas y respuestas con los confirmandi para asegurar que hayan adquirido una buena comprensión de los sacramentos, especialmente del Bautismo, de la Confirmación y de la Eucaristía. Afortunadamente, muchas parroquias tienen programas altamente desarrollados para la Confirmación los cuales incluyen instrucción sistemática en la fe, la oración, y oportunidades para retiros espirituales, proyectos de servicio, y entrevistas personales con los candidatos para la Confirmación. Cuando visito una parroquia para la Confirmación, me encanta expresar no solamente mi agradecimiento personal pero también la gratitud que todos debemos de sentir hacia aquellos que dan de sí mismos tan generosamente a nuestros jóvenes.

El corazón del Sacramento

El “lado social” de la Confirmación nos conduce al corazón mismo de este Sacramento del Espíritu Santo. En fin de cuenta, el Espíritu Santo juega un papel central en el plan de salvación de Dios y por lo tanto en la vida de toda la Iglesia. En el Antiguo Testamento, los profetas proclamaron que el Espíritu del Señor descendería sobre el Mesías esperado (el Ungido) y sobre el pueblo que redimiría. Aún una inspección rápida del Nuevo Testamento nos demuestra que toda la vida y la misión de Jesús se desarrollaron en una total comunión con y bajo el poder del Espíritu Santo. En la Fiesta de Pentecostés celebramos el día en que los Apóstoles recibieron al Espíritu Santo, dejaron su temor, y empezaron a proclamar el Nombre de Jesucristo, crucificado y resucitado para la salvación del mundo. A partir de Pentecostés, el Espíritu Santo ha seguido construyendo, animando y santificando a la Iglesia.

Como vemos en las lecturas litúrgicas de la Pascua en los Hechos de los Apóstoles, en más de una ocasión los Apóstoles dieron el don del Espíritu Santo a los recién bautizados por la imposición de las manos (véase Compendio de la Iglesia Católica, # 145, 265). A lo largo de los siglos, a pesar de las muchas y variadas crisis de una historia de 2000 años, la Iglesia ha continuado con la misión de Cristo por el poder del Espíritu Santo. Y así como el Espíritu Santo fue entregado a los Apóstoles en Pentecostés, así también la plenitud del Espíritu Santo se da al Pueblo de Dos, por sus sucesores, los obispos, en el Sacramento de la Confirmación.

La plenitud del Espíritu Santo

En un sentido muy real, esto es lo que más gozo me da al confirmar a tantos jóvenes a lo largo del año. Como sucesor de los Apóstoles, me es una lección de humildad y un privilegio el impartirles la plenitud del Espíritu Santo por la oración de la Iglesia, la imposición de las manos, y especialmente al ungirles con la Santa Crisma (aceite de olivo mezclado con bálsamo que consagro durante la Semana Santa). Por los signos sacramentales de la Confirmación, nuestros jóvenes participan de la especial efusión del Espíritu Santo, como la de Pentecostés. Esta efusión del Espíritu Santo imprime en el alma un carácter indeleble o “sello” (de ahí, las palabras esenciales de la Confirmación, “Recibe por esta señal el don del Espíritu Santo”). Este signo o sello permanece, por lo menos hasta la muerte, aún si la persona confirmada cae en pecado mortal. Significa de forma permanente, una relación especial con Cristo, quien, en el poder del Espíritu Santo, busca transformar nuestro ser más interior y nuestras personalidades, nuestro carácter, de tal modo que podamos vivir como miembros activos y fructíferos de Su Cuerpo, la Iglesia.

Por la Confirmación, se perfecciona la gracia del Bautismo. Por medio del Bautismo y la recepción frecuente de la Eucaristía, los que se confirman ya están iniciados dentro de la Iglesia. Por lo tanto, la Confirmación sella y completa su iniciación.

Pero debemos de ser muy claros en este punto. El Sacramento de la Confirmación no es meramente una ocasión para que los jóvenes ratifiquen su Bautismo, reclamándolo como suyo. La Confirmación es la efusión del Espíritu Santo que los lleva, a lo largo de sus vidas, a volverse más “como Cristo”. Por lo tanto los vincula más firmemente a Cristo y a la Iglesia a medida que despierta en sus corazones los dones del Espíritu Santo.

Herramientas para el discipulado

Estos dones son enumerados en la oración que hace el obispo por los que se están confirmando: “llénalos de espíritu de sabiduría y de inteligencia, de espíritu de consejo y de fortaleza, de espíritu de ciencia y de piedad; y cólmalos del espíritu de tu santo temor.” Son las herramientas del Espíritu para el discipulado, dones prácticos que pueden impulsar a los confirmandos a seguir estudiando su fe, a vivir cada etapa de sus vidas como verdaderos seguidores de Cristo y testigos de su amor, y a respetar y depender de las gracias de la vida sacramental de la Iglesia, especialmente la Eucaristía dominical y la Penitencia.

Estos dones, si son aceptados y vividos, conducen a lo que llamamos del “frutos del Espíritu Santo” – los efectos de dar la bienvenida al Espíritu Santo en nuestras vidas. Se basa en el enlistado que hace San Pablo en su Carta a los Gálatas 5:22-23, y estos 12 frutos son: “caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia, y castidad”. A medida que la mente y corazón de los jóvenes se va abriendo a la obra del Espíritu Santo, no solo empezarán a palpar un sentido de pertenencia a la Iglesia, sino también a su llamado especial o vocación para vivir y servir como miembros de la Iglesia. Aunque nuestros jóvenes tienen a confirmarse cuando están en su 8° o 9° grado de escolaridad, no es demasiado temprano para que ellos ponderen como Cristo, por medio del Espíritu Santo, les está llamando a pasar sus vidas, sea esto el sacerdocio, vida consagrada, matrimonio y familia, o en la soltería. Todos tenemos una vocación, la cual solo se puede descubrir con la ayuda del Espíritu Santo.

Oraciones, invitaciones y retos

La Confirmación es un gozo, pero también es un reto. Como se observó arriba, la gracia de la Confirmación puede agitarse aún después de años de alejamiento de Dios y de la Iglesia, al aceptar la gracia del arrepentimiento y al abrir nuestros corazones de nuevo a la Palabra viva de de Dios como nos va llegando por la Iglesia. Al confirmar a los jóvenes, oro que su fe no desfallezca; que no tengan que enfrentar los inmensos retos de crecer hacia la madurez a solas, cortados de los sacramentos y del soporte de una comunidad de fe; que los papás y padrinos sean modelos para de verdaderos católicos practicantes. Y oro que tengan entendimiento y libertad - ambos dones del Espíritu Santo - para conocer la voluntad de Dios en sus vidas y de encontrar la felicidad al hacerlo. Y entonces lanzo tres retos que son también invitaciones:

Primero, les invito a los nuevos confirmados a que se unan a un grupo juvenil de su parroquia y  que busquen toda manera para mantenerse involucrados en su parroquia. En la medida con que permitan al Espíritu Santo de obrar en su corazón, encontrará su camino a los Sacramentos: la Santa Misa cada domingo y la recepción frecuente de la Penitencia.

Segundo, invito y animo a los papás a que ejerzan su liderazgo a través de su ejemplo, por medio de la oración diaria, la reflexión continua sobre la fe de la Iglesia, y sobre todo, por su fidelidad a la Misa Dominical y al Sacramento de la Penitencia.

Tercero, aunque Uds. hayan sido confirmados hace muchos años y hayan desfallecido en la práctica de su fe, permitan al Espíritu que despierte los dones que están en su corazón para que encuentre su camino hacia la compañía de creyentes, la Iglesia, y crezcan como seguidores de Cristo.

¡Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles!

Spanish translation by Althea Dawson Sidaway: [email protected]

Most Reverend William E. Lori has served as the archbishop of the Archdiocese of Baltimore, Maryland since 2012. Archbishop Lori had previously served as the fourth Bishop of Bridgeport, Connecticut. In 2011, he was appointed to be the Chair of the Ad Hoc Committee for Religious Liberty of the United States Conference of Catholic Bishops (USCCB). Another version of this article is also published in Catholic Review (3 July 2015) under the title “Charity in Truth: Supreme Court Decision on Marriage—Where do we go from here?”

This article is from The Sower and may be copied for catechetical purposes only. It may not be reprinted in another published work without the permission of Maryvale Institute. Contact [email protected]

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Current Issue: Volume 10.4

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