Hay un tema fundamental que corre a lo largo de la Sagrada Escritura: ser llamado por su nombre. Dicho de otra manera, en los ojos de Dios, tú y yo no somos simplemente uno del montón, ni tampoco somos un número seriado. Nuestro número de seguridad social bien puede ser un registro de que habitamos en los Estados Unidos de América, pero ese mismo número fracasa en definir quiénes somos tú y yo. En los ojos de Dios, tú y yo somos amados y no un simple pie de página en la historia de la humanidad puesto que hemos sido creados amorosamente por un Dios personal cuya voluntad fue dar existencia al género humano. Antes de proceder, quisiera reconocer que gran parte de mi artículo está en deuda con el libro La vocación personal del recién fallecido P. Herbert Alphonso, un antiguo profesor mío.
Verás, el que nos llame por nuestro nombre significa que tú y yo somos únicos e irrepetibles. Dios nos ha dado nuestra identidad personal; nos ha dado nuestra vocación personal. En el Bautismo, las palabras son “te has revestido de Cristo”, ya que tú y yo somos revestidos de Cristo de manera única y personal. Dios Padre, quien no puede complacerse en nadie excepto Su Hijo Jesús, visualiza el rostro de Jesús en ti y en mí al decir, “Tú eres mi Hijo muy querido, en ti tengo puesto toda mi predilección” (Mc 1,11). La vocación personal que tú y yo hemos recibido no es un concepto abstracto, ni una idea personal; de hecho, la vocación personal que hemos recibido y que vivimos es la Persona del mismo Jesucristo. Entonces, ¿quién es Jesús?
Jesús es el Hijo de Dios. Jesús es el Hijo de María. Jesús es el Buen Samaritano. Jesús es el Buen Pastor quien deja a las noventa-y-nueve ovejas para ir en busca de la que está perdida. Jesús es Él que muere en la Cruz para toda la humanidad. Todo ha sido recreado, renovado y reconciliado en, por medio de, y para Jesucristo. Jesús es el Alfa y el Omega de toda la creación y de toda la recreación. Jesús es el sentido único para nosotros hacia el Padre porque Él es el único Camino hacia el Padre.
Somos laicos, religiosos, sacerdotes, diáconos, casados, solteros, y, sin embargo, de manera única, seguimos siendo cristianos. Nos encontramos en un mundo utilitario que equivocadamente define a la dignidad de la persona humana en base a su utilidad. Esta mentalidad equivocada socava a la identidad humana creada en imagen y semejanza de Dios. La vocación personal no es meramente hacer, es ser. Jesucristo ha dado sentido a ese ser.
Una y otra vez, aprendemos del Nuevo Testamento que el carácter distintivo del ser cristiano es donación de sí mismo y autorrendición. Esto es lo que comúnmente llamamos la “cruz”. Cada uno de nosotros tiene un modo distinto en el que nos entregamos cuando cargamos nuestra cruz. Hay un dicho que declara que los pesimistas se quejan del viento, los optimistas tienen la esperanza de que cambiará, pero los realistas ajustan las velas. Los cristianos deben de ser realistas.
Para conocerse a sí mismo, hay que tener confianza en Dios de que Él sabe lo que está haciendo con nuestra vida. Lo más probable es que no recibiremos mensajes directos de Dios – no vamos a contener la respiración esperando un texto o una llamada desde el cielo. Sí, ciertamente esto no es ninguna noticia de última hora. Importa nuestra actitud en respuesta a la invitación de Dios. Nuestra actitud determina cómo respondemos a la invitación de Dios al conocer y apreciar quién nos hace disponible para la misión. Mucho de esto puede parecer abstracto, pero, de hecho, ya tenemos nuestras “botas sobre el terreno” para llevar la obra a cabo.
¿No estamos familiarizados con otra expresión: “encontrar a Dios en todas las cosas”? Nuestra vocación personal nos permite ser cristianos de manera única, abrazar la Encarnación misma que es Jesucristo. Sí, cada uno de nosotros tiene su propia forma, todos unidos con Cristo, para entregarnos a Jesús. En el Bautismo, Jesús ha liberado nuestros corazones del pecado original. En nuestro Bautismo, comenzamos a explorar nuestra vocación cristiana personal – por la cual Jesucristo nos abraza y nos cambia profundamente para el bien. Al final, en nuestra vocación personal, nos revestimos de Cristo.
Monseñor Jeffrey M. Monforton es el Obispo de la Diócesis de Steubenville y es profesor adjunto de la Universidad Franciscana de Steubenville.
This article is from The Catechetical Review (Online Edition ISSN 2379-6324) and may be copied for catechetical purposes only. It may not be reprinted in another published work without the permission of The Catechetical Review by contacting [email protected]