La columna ‘Bajo fuego’ tiene como objetivo resaltar algunas de las posturas, preguntas y comentarios complejos que experimentan los catequistas, maestros y padres de familia. Intenta bosquejar la información necesaria para ser fieles a la enseñanza de la Iglesia y que mejor ayudará a aquellos a quienes enseñamos y quienes nos piden dar la razón de la esperanza que hay en nosotros. En esta ocasión, veremos cómo transmitimos un sentido de la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía.
‘El modo de presencia de Cristo bajo las especies eucarísticas es singular… «Esta presencia se denomina "real", no a título exclusivo, como si las otras presencias no fuesen "reales", sino por excelencia,…por ella Cristo, Dios y hombre, se hace totalmente presente»... Es grandemente admirable que Cristo haya querido hacerse presente en su Iglesia de esta singular manera.’ (CEC 1374-1380)
El ensayo para la Primera Comunión ya estaba bien encaminado. Se habían ya asignado los lugares, los himnos habían sido elegidos, y ahora sucedía que el padre deseaba que los niños estuvieran realmente presentes en el santuario para la Oración Eucarística y la Consagración. Obedientemente todos fueron subiendo en grupo al altar donde el padre los acomodó alrededor. Ana María se había quedado pensando. ‘Nos avisarás cuando nos tenemos que arrodillar, Padre’, preguntó. Sin duda, estaba ansiosa que con la confusión de un día especial y en un lugar especial en la iglesia sin sus papás, tal vez no recordaría – y quería hacer todo tan bien como le fuera posible en esta misa.
El Padre vaciló un poquito. ‘De acuerdo,’ dijo lentamente, ‘Pueden practicar el arrodillarse de una vez.’ Los niños se arrodillaron alrededor del altar, y de inmediato se suscitó un griterío desde los papás que miraban, ‘¡No podemos ver a nuestros hijos!’ Y los niños hicieron eco, ‘¡No vemos el altar si nos arrodillamos!’ Las dos objeciones eran verdad y siguió cierta discusión acalorada sobre las varias soluciones al problema.
¡El padre se encontraba verdaderamente ‘bajo fuego’! Si permitía que los niños se arrodillaran, arriesgaba la ira de los papás y los niños no verían a nada; si les decía que se quedaran de pie, arriesgaba convertir en tonterías la enseñanza que ellos habían recibido sobre el cómo honramos a Jesús y reconocemos su presencia entre nosotros al arrodillarse durante la consagración. Su impulso amable y bueno por acercar a los niños lo más que se podía a Jesús en este su día especial había resultado en confusión como suele suceder con la innovación litúrgica. Dejando a los niños arrodillados en sus bancos con sus papás, perfectamente capaces de ver a la Hostia levantada, no hubiera provocado ni dificultades logísticas, ni objeciones litúrgicos. (La parte de afuera del Santuario, es, por supuesto, el ‘hogar estable’ para los laicos – nuestro propio lugar dentro del edificio.)
El padre vaciló un poco más, luego se decidió. ‘Todos los niños se quedarán de pie alrededor del altar para la Oración Eucarística,’ anunció, y hubo pocas voces discrepantes.
Muy a parte de la confusión litúrgica que se provocó en esta situación, la acción del sacerdote, aunque bien intencionada, resultó en un mensaje mezclado para los niños. La importancia de ‘ver lo que pasa’ se había situado por encima de la necesidad de reverencia y de reconocimiento de la Presencia Real de Cristo en el altar.
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