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Forming those who form others

Formación religiosa incluyente para niños: Tres partes, una comunidad

En el año 2005, la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos publicó el documento titulado, The National Directory for Catechesis [El directorio nacional para la catequesis], lo cual declara, “toda persona con discapacidad tiene necesidades catequéticas que la comunidad cristiana tiene el deber de reconocer y satisfacer. Toda persona bautizada con discapacidad tiene el derecho a una catequesis adecuada y merece los medios para desarrollar su relación con Dios.” [1] Mi interés y participación en la formación religiosa de niños con discapacidades tiene sus raíces en mi experiencia personal. Al buscar respuestas acerca de lo que mejor nos convenía como familia, descubrí que nuestra historia era común; y aunque algunos estudiantes reciban una catequesis en su hogar, los estudiantes que se ausentan de los programas parroquiales para la formación de la fe se pierden de un elemento fundamental de la fe cristiana: la comunidad.

¿Dónde están los niños con discapacidades?

Como la mayoría de los padres de familia, nunca me imaginaba que mi hija iba a necesitar una educación especial. Mi esposo y yo teníamos el sueño y el objetivo de educar a nuestros hijos en una escuela católica desde el jardín de niños hasta el final de la educación media superior o grado 12. Cuando nuestro quinto hijo, Grace, entró al kínder, aquel sueño comenzó a desmoronarse. Sabía, desde el primer día, que Grace iba a necesitar de una ayuda adicional para mantenerse sentada, hacer filas y esperar su turno. De lo que aún no me daba cuenta era que su falta de contacto visual, su incapacidad para recordar los nombres de los miembros de la familia extendida y su obsesión con los dinosaurios eran indicadores de un trastorno del Espectro Autista, un diagnóstico que no recibimos sino hasta el verano posterior a su año en jardín de niños. Las lagunas de Gracie en cuanto a sus habilidades comunicativas fueron percibidas como una falta de respeto, su falta de habilidades sociales como una falta de amabilidad para con sus compañeros de clase, y sus sensibilidades sensoriales como un comportamiento inmaduro, incluso salvaje. Mi esposo y yo tomamos entonces la decisión de soltar nuestro sueño, y Gracie pasó a formar parte del 13 por ciento de niños que reciben servicios de educación especial en la escuela pública. [2] Sabíamos que teníamos que proporcionarle a nuestra hija su formación en la fe; elegimos enseñarle en casa desde el principio. Durante tres años nosotros mismos le enseñamos a Gracie y le preparamos para su Primera Reconciliación y su Primera Comunión utilizando los materiales para la educación en la fe de nuestra parroquia.

La mayoría de los niños que asisten a los programas católicos de formación en la fe provienen de escuelas públicas. Si el 13% de los niños que asisten a la escuela pública reciben educación especial, es de esperar que el 13% (uno de cada ocho) de los alumnos que asisten a programas de educación en la fe requieren de algún tipo de apoyo educativo para optimizar sus resultados de aprendizaje. San Juan Pablo II definió el resultado de aprendizaje óptimo para la educación religiosa: “el fin definitivo de la catequesis es poner a uno no sólo en contacto sino en comunión, en intimidad con Jesucristo…”.[3] En la tradición católica, esto también abarca la preparación y la recepción de los Sacramentos de la Reconciliación, la Eucaristía y la Confirmación.

El número de estudiantes con discapacidades que asisten a programas de formación en la fe no corresponde a las estadísticas. Es posible que los padres de familia no revelan toda la información acerca de las necesidades de sus hijos o simplemente no les inscriben. Las razones varían. Los padres de niños con discapacidades a menudo tienen muchas obligaciones adicionales relacionadas con el cuidado de sus hijos. Hay citas con el doctor, citas con terapeutas y juntas adicionales cada ciclo escolar con los maestros y el personal de apoyo en la escuela de sus hijos. Algunos papás pueden encontrarse justo en el límite de lo que puedan manejar. Algunas familias pueden haber experimentado el rechazo de su comunidad de fe y creen que el programa parroquial de formación en la fe no podrá o no querrá acomodar las necesidades de sus hijos. [4] Los niños con discapacidades deben de ser incluidos en todos los programas católicos para la formación en la fe. Para lograr su incorporación, es cuestión de crear comunidades cristianas incluyentes que den la bienvenida a los niños con discapacidades y a sus familias.

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Susan Amann is the Associate Director of the Office of Lifelong Formation for the Archdiocese of Chicago and hold a MA from Chicago Theological Union. She lives in suburban Chicago with Steve, her husband of 30-years, and together they have 5 children.

 

This article is from The Catechetical Review (Online Edition ISSN 2379-6324) and may be copied for catechetical purposes only. It may not be reprinted in another published work without the permission of The Catechetical Review by contacting [email protected]

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