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Catequesis como encuentro

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Los católicos en los Estados Unidos hemos comenzado un proceso de cuatro años de reflexión, evangelización y consulta llamado el Quinto Encuentro Nacional de Pastoral Hispana/Latina (desde el 2017 hasta el 2020). Al centro de este proceso se halla un modelo catequético que parte de la convicción de que la evangelización y la catequesis son dinámicas íntimamente relacionadas.

El proceso del V Encuentro involucrará, directa e indirectamente, a varios millones de católicos en cerca de 5.000 parroquias en la mayoría de las diócesis católicas de los Estados Unidos. El proceso es una oportunidad perfecta para evaluar de qué manera el marco conceptual de la Nueva Evangelización, aplicado a la catequesis, puede conducir a una apreciación renovada de esta importante actividad eclesial en comunidades de fe católicas. Al mismo tiempo, el proceso es una ocasión para sacar a la catequesis de la “esquina programática” en donde parece residir en muchas comunidades de fe (ej. programas pre-sacramentales, “escuela dominical”) y reposicionarla para que tenga un papel más integrado en los esfuerzos evangelizadores de la Iglesia, una meta que muchos de los documentos eclesiales sobre la catequesis han formulado pero que no siempre logra.

En este ensayo parto de siguiente premisa: la manera como una comunidad entiende la evangelización influencia de manera significativa el cómo se concibe la catequesis al igual que los compromisos pedagógicos y curriculares asociados con ella.

Catequesis y evangelización

Al centro de la actividad evangelizadora de la Iglesia está la convicción de que el encuentro con Dios por medio del misterio de Jesucristo tiene implicaciones radicales para la vida de todo ser humano. Los cristianos proclamamos con alegría y entusiasmo que la salvación es real, que participar de la plenitud de la vida divina en el aquí y el ahora de nuestra historia—y más allá—no es simplemente un deseo efímero. La evangelización es en última instancia el testimonio de la comunidad de discípulos cristianos que han experimentado el poder transformador del amor misericordioso de Dios y, movidos por el Espíritu Santo en sus corazones, desean que otros también lo experimenten.

La Iglesia “existe para evangelizar”[i] y la catequesis es una actividad privilegiada para avanzar esta experiencia. La mayoría de líderes catquéticos seguramente están familiarizados con los momentos del proceso de evangelización. El Directorio General para la Catequesis los resume con las siguientes palabras:

El proceso evangelizador, por consiguiente, está estructurado en etapas o “momentos esenciales”: la acción misionera para los no creyentes y para los que viven en la indiferencia religiosa; la acción catequético-iniciatoria para los que optan por el Evangelio y para los que necesitan completar o reestructurar su iniciación; y la acción pastoral para los fieles cristianos ya maduros, en el seno de la comunidad cristiana[ii].

Es fundamental enfatizar que la catequesis no es simplemente un momento aislado en este proceso (ej., preparación para recibir los sacramentos), sino que está íntimamente integrada a todos los aspectos y momentos del proceso evangelizador. La catequesis se encuentra al centro de la proclamación original, es esencial para preparar al creyente para la iniciación cristiana, y fundamental para sostener la formación permanente del discípulo cristiano[iii]. A riesgo de afirmar lo obvio, la evangelización depende necesariamente de una catequesis de buena calidad.

Para apreciar la naturaleza evangelizadora de la catequesis, necesitamos partir de una buena definición de evangelización. Aun cuando los católicos usamos el término frecuentemente, no es sorpresa encontrar una gran variedad de interpretaciones. La meta no es sugerir que sólo hay una manera de hablar de evangelización, sino afirmar los principios fundamentales que se han mantenido desde un principio al momento de describir esta importante actividad eclesial. La experiencia evangelizadora es lo suficientemente dinámica y amplia para inspirar un gran número de interpretaciones. Sin embargo, tenemos que estar atentos a no reducir la evangelización a un proceso de mera indoctrinación, o a una agenda política, o a un ejercicio de mantenimiento pastoral.

Un acercamiento a la evangelización con ojos renovados

La manera como una comunidad entiende la evangelización influencia de manera significativa el cómo se concibe la catequesis al igual que los compromisos pedagógicos y curriculares asociados con ella. El Papa Francisco nos ofrece en su exhortación apostólica La Alegría del Evangelio un marco de referencia fascinante para hablar sobre la evangelización. Hay muchas ideas fundamentales que aparecen en este texto que valdría la pena explorar, pero resaltaré tres en esta reflexión.

Primero, la evangelización es una experiencia que nace de la alegría. Dicho gozo es el resultado de un encuentro transformador con el Señor: “La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús”[iv]. La alegría de este encuentro impulsa al discípulo cristiano a salir al encuentro de otros y compartir lo que ha experimentado.

Segundo, la evangelización tiene un carácter intrínsecamente misionero. Cuando la Iglesia evangeliza, lo hace como una comunidad de discípulos misioneros en salida: “Cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar este llamado: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio[v].

Tercero, la evangelización exige que entremos en las vidas de las personas con quienes compartimos la Buena Nueva, con palabras y acciones. La evangelización es una experiencia profundamente personal y relacional: “Para ser evangelizadores de alma también hace falta desarrollar el gusto espiritual de estar cerca de la vida de la gente, hasta el punto de descubrir que eso es fuente de un gozo superior”[vi]. Desde esta perspectiva, la evangelización nos desafía a entrar en diálogo con nuestras hermanas y hermanos, sin importar de donde vengan o cuál sea su trayectoria, en el aquí y ahora de sus existencias, afirmando su dignidad como seres humanos e hijos de Dios, reconociendo su potencial para alcanzar su potencial y reconociendo la complejidad de sus vidas.

Estas características de la evangelización invitan a una catequesis que sea alegre, misionera (que vaya en salida; sin miedo de ir a las periferias), y profundamente relacional. La catequesis tiene que ser una experiencia de encuentro.

Catequesis como encuentro

Nos encontramos con la invitación a imaginar creativamente una catequesis cimentada en una doble experiencia de encuentro. Por un lado, tenemos el encuentro fundamental entre Dios y la humanidad, el cual constituye la base de la vocación del discípulo cristiano y sirve como contexto para discernir continuamente dicha vocación. Por otro lado está el encuentro intencional con nuestros hermanos y hermanas en la inmediatez de nuestros propios contextos y realidades, familias y comunidades de fe—con atención particular a aquellos que viven en periferias materiales y existenciales.

Aunque podemos pensar en la catequesis como un “mecanismo” que ayuda a facilitar esta doble experiencia de encuentro, la verdad es que la catequesis es mucho más. En otras palabras, como aspecto integral del proceso de evangelización, la catequesis necesita ser más que un “instrumento” para facilitar el encuentro. Hay algo único, profundo y transformador ocurre en la experiencia catequética en sí misma.

Si la catequesis como encuentro se fundamenta en una visión evangelizadora como la descrita anteriormente, necesitamos entonces una metodología que le dé vida. El Papa Francisco propone cinco momentos que identifican el proceso evangelizador, los cuales se pueden asumir perfectamente como una estrategia metodológica para la catequesis: “La Iglesia en salida es la comunidad de discípulos misioneros que primerean, que se involucran, que acompañan, que fructifican y festejan”[vii].

Los cinco momentos con bien claros: 1) primerear, 2) involucrarse, 3) acompañar, 4) fructificar, y 5) festejar. Una catequesis que incorpora intencionalmente estos cinco momentos tiene el potencial único de renovar la manera como introducimos a los católicos, especialmente a las generaciones más jóvenes, a la Buena Nueva y a la riqueza y belleza de la tradición católica. Al mismo tiempo, es una catequesis que invita a los cristianos a tener en cuenta, de manera genuina y respetuosa, la experiencia de los demás a medida que ésta se hace vida en la complejidad de lo cotidiano.

Una catequesis que primerea exige que los discípulos misioneros salgan al encuentro de sus hermanos y hermanas en la fe en los contextos en donde viven en lugar de esperar a que ellos venga a nuestras iglesias o escuelas o programas catequéticos. Primerear significa que los catequistas necesitamos el valor de salir a aquellos lugares en donde la gente vive y trabaja para entrar en conversación con ellos sobre su fe. Los catequistas necesitamos ir a las esquinas de nuestra sociedad donde nuestros jóvenes pasan el tiempo, incluyendo aquellas que con frecuencia ignoramos o rechazamos porque las percibimos como amenazadoras. Los catequistas necesitamos estar presentes en el mundo complejo y rápidamente cambiante de los medios de comunicación social. Los catequistas necesitamos ir a los barrios y comunidades en donde millones de católicos inmigrantes viven. Los catequistas necesitamos buscar a los católicos que se han alejado o se han desencantado de su fe—y con frecuencia del mundo y sus instituciones. Los catequistas necesitamos ir a las periferias de la Iglesia y la sociedad en donde muchos se sienten abandonados, solos, olvidados, rechazados. El primerear es una invitación a descentralizar la catequesis; es decir, a crear o desplazarnos a varios centros, a aquellos lugares en donde el pueblo de Dios se encuentra, y compartir la Buena Nueva con ellos. Ese primer paso es en sí mismo una experiencia de encuentro. 

Involucrarse por medio de la experiencia catequética consiste en tener la valentía de preguntarles a nuestros hermanos y hermanas cómo están, cuáles son sus tristezas y ansiedades, sus sueños y aspiraciones, y ayudarles a conectar estas realidades a lo mejor de nuestra tradición cristiana. Nadie llega a la experiencia catequética con las manos vacías. Traemos lo que somos: nuestras tradiciones culturales, prejuicios, luchas, experiencias, valores, etc. El involucrarse nos recuerda que quienes llegan a la catequesis lo hacen como personas de carne y hueso, con historias reales, con muchos interrogantes, deseando con corazones inquietos encontrarse con el Dios de la Revelación que entiende quiénes son. Lo mismo aplica al catequista. Hablar de catequesis como encuentro es tomar en serio nuestra humanidad. Dios lo hace.  

La catequesis como encuentro es una oportunidad de acompañar a nuestras hermanas y hermanos en el caminar de sus vidas y de su fe. Necesitamos catequistas que sean verdaderos modelos de acompañamiento cristiano. La experiencia catequética debe introducir a los católicos a las muchas maneras como Dios camina con nosotros en la historia. Las Sagradas Escrituras y la Tradición nos ofrecen muchos ejemplos de cómo ocurre esto. Al catequizar, las personas a quienes encontramos deben experimentar la profundidad de la presencia y el amor de Dios a medida que caminamos con ellos. Nuestra sociedad estadounidense invierte bastante en la idea de una educación que produzca resultados que puedan ser medidos. Con frecuencia esa mentalidad permea nuestros esfuerzos catequéticos. Por supuesto que el acompañamiento requiere de algunas expectativas, pero no podemos olvidar que la fe es un caminar de toda la vida. El catequista necesita ser un compañero que sabe darle tiempo al tiempo. La catequesis es más que un simple programa.

El encuentro catequético impulsa a la comunidad creyente a afirmar el potencial de cada bautizado para que dé fruto a la luz de su identidad y dignidad como hijo e hija de Dios. Los catequistas tienen que cultivar las semillas de la Palabra que Dios ha plantado en los corazones de las personas para que produzcan frutos de vida nueva, tanto a nivel individual como comunitario. Los catequistas tenemos la responsabilidad de ayudar a nuestros hermanos y hermanas a identificar su potencial, discerniendo los carismas que el Espíritu les ha dado, e indicando cómo esos dones pueden dar fruto para el en bien de todos. En el fondo, la catequesis como encuentro es un ministerio de potenciamiento. Cuando la catequesis tiene lugar en la periferias materiales y existenciales que muchas personas habitan, el potenciamiento se convierte en sanación y restauración, una prueba de la resurrección aquí y ahora.

A medida que el encuentro con el Evangelio engendra en el corazón de la persona bautizada el deseo de compartir la fe con alegría, la experiencia catequética debe inspirar y motivar la celebración de dicha fe en la vida diaria. La liturgia permanece como el lugar por excelencia en el que la comunidad cristiana celebra el encuentro gozoso con el Evangelio. Así, la catequesis como encuentro está íntimamente ligada a la vida litúrgica. El impulso de celebrar—ciertamente un signo de la presencia del Espíritu Santo en el corazón del cristiano y en la comunidad—se expresa también por medio del catolicismo popular y otras maneras de ritualizar la experiencia cristiana. La catequesis, por consiguiente, ha de cultivar el aspecto celebratorio de la fe como una manera de actualizar la alegría de ser discípulos misioneros.

Conclusión

Cada período de la historia del cristianismo ha suscitado estrategias evangelizadoras que responden a las necesidades y realidades de los pueblos en lugares y momentos particulares. La manera como las comunidades entienden la evangelización influencia de manera significativa el cómo se concibe la catequesis al igual que los compromisos pedagógicos y curriculares asociados con ella. 

En este artículo he delineado brevemente una visión para la catequesis fundamentada en una visión de la evangelización que es profundamente alegre, misionera y relacional. Mucho más se puede decir sobre esto. Esta catequesis implica un compromiso metodológico expresado en cinco momentos: 1) primerear, 2) involucrarse, 3) acompañar, 4) fructificar, y 5) festejar. Cada momento introduce una característica única que acentúa el potencial de la catequesis de configurar la identidad de los bautizados para vivir y actuar como discípulos misioneros. Estos presupuestos metodológicos presentan no sólo una catequesis que facilita el encuentro con Dios y con los demás, sino también una catequesis es en sí misma encuentro.

La implementación de esta visión catequética en las comunidades de fe católicas participando en el proceso del V Encuentro en los Estados Unidos ciertamente determinará su impacto. Idealmente estimulará otras reflexiones sobre catequesis en este momento de nuestra historia. En el contexto de una iglesia culturalmente diversa y el incremento de actitudes secularizadoras en nuestra sociedad, ésta es ciertamente una conversación que no puede esperar.

Hosffman Ospino, PhD es profesor de teología y educación religiosa en la Escuela de Teología y Ministerio en Boston College. Es miembro del equipo de liderazgo del Quinto Encuentro Nacional de Pastoral Hispana/Latina. Email: [email protected]

Notes


[i] Papa Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, n. 14. Ver también Papa Francisco, Evangelii Gaudium, n. 133.

[ii] Congregación para el Clero, Directorio General para la Catequesis, n. 49. Ver también Papa San Juan Pablo II, Catechesi Tradendae, n. 18; Evangelii Nuntiadi, n. 17.

[iii] Ver Directorio General para la Catequesis, n. 61-76.

[iv] Papa Francisco, Evangelii Gaudium, n. 1.

[v] Ibid., n. 20.

[vi] Ibid., n. 268.

[vii] Ibid., 24.

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Hosffman Ospino, PhD is a professor of theology and religious education at Boston College, School of Theology and Ministry. He is a member of the leadership team for the Fifth National Encuentro of Hispanic/Latino Ministry. Email: [email protected]

This article is from The Catechetical Review (Online Edition ISSN 2379-6324) and may be copied for catechetical purposes only. It may not be reprinted in another published work without the permission of The Catechetical Review by contacting [email protected]

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Current Issue: Volume 10.4

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