‘Los catequistas… son los embajadores de Cristo, como si fuera Dios exhortando por sus bocas. Tienen el honor de colaborar en la difusión del Evangelio en virtud del poder divino. Su oficio no se deriva de los hombres sino de Dios por Jesucristo.
‘Esta conciencia de la misión divina del maestro cristiano debe de ser la ley de su actitud moral, la primera regla de sus pensamientos y conversaciones, la base de toda su actividad. Debe de suscitar en él los sentimientos de su deber y dignidad, además de contrarrestar el tedio de la rutina diaria. En la vida de San Pablo, generó dos sentimientos, dos pasiones se podría decir: una nobleza sin orgullo y una devoción sin reservas.’ [i]
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