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¿Discipulado? ¿Catequesis? ¿Liturgia sagrada? Sí.

Recientemente, en una conferencia para dirigentes católicos, me preguntó un joven sacerdote a qué me dedicaba. Le dije que ayudo a las parroquias a inventar estrategias para crear una cultura de discipulado en su parroquia. Me preguntó cómo hago eso. Le contesté que nos gusta enfocar principios, no balas de plata, y capacitar a un grupo de dirigentes en la parroquia para producir un cambio cultural al proyectar una visión, edificando un camino claro hacia el discipulado, movilizando a los líderes, y alineando ministerios claves con una visión orientada hacia el discipulado.

Decayó su semblante. ¡Me preguntaba qué había hecho para ofenderle!

“Si me hubiera dicho que le ayuda a la parroquia a restaurar la belleza sagrada a la liturgia, le hubiera contestado de inmediato,” dijo, y se alejó.

De los hechos y los números

Este sacerdote y yo compartimos un profundo deseo en común por ver a la Iglesia renovada, que ella cumpla con su misión de manera más efectiva. ¿Cuál es el camino que debemos de emprender para lograr esto hoy en día?

Usted conoce las estadísticas. Un nuevo y desalentador estudio parece salir cada cuántos meses, señalando el estado de declive de la Iglesia católica en los Estados Unidos. Las dos terceras partes de sus miembros no creen en la Eucaristía. Por cada persona que entra a la Iglesia por medio del proceso del RICA, seis y media personas salen. Los de la opción “ninguna” como respuesta sobre la religión profesada en las encuestas ya sobrepasaron al catolicismo como grupo religioso mayor en los Estados Unidos. Si usted pensaba que las estadísticas sobre la afiliación religiosa de los Millennials son desalentadoras, ¡espérese para conocer las de la Generación Z!

Por medio de una serie de retos culturales (leyese crisis), tanto dentro de la Iglesia y en la cultura en su conjunto, debido al advenimiento del secularismo, la Iglesia Católica en los Estados Unidos y en el occidente en general está sometida a un declive que en toda probabilidad es de proporciones previamente desconocidas.

¡El estado predeterminado de la Iglesia debería de ser uno de crecimiento! La gracia dada a esta Iglesia – que es la del mismo Cristo - es tal que deberíamos estar constantemente haciendo católicos nuevos (por nacimiento y conversos adultos) a tal ritmo que estemos efectuando más que un simple reemplazo de los números actuales. No obstante, como ilustran las estadísticas, no estamos ni cerca.

Personalmente, me dinamiza el enfoque aumentado sobre la renovación parroquial en nuestra Iglesia. Hay muchos apostolados y movimientos extra-parroquiales en la Iglesia, pero estoy convencido que la Nueva Evangelización no será cumplida hasta que cada instanciación local de la vida y misión de la Iglesia se convierta en una expresión vibrante de ese profético toque de clarín de Juan Pablo II. No habrá ninguna “nueva primavera” sin la renovación de las parroquias.

¿Cómo llevar a cabo la renovación de la parroquia? ¿Qué fue lo que erró en las parroquias? Y más importante aún, ¿cómo lo arreglamos? Escucho tres soluciones comunes propuestas por los fieles católicos, además de varios apostolados y organizaciones:

  1. “¡Los católicos son ignorantes de su Fe! Solamente necesitamos mejores recursos y una mejor catequesis para proporcionar una formación intelectual más fuerte para todos los católicos.”
  2. “La liturgia en muchos lugares es un desastre y hace que los católicos sean indiferentes al significado y a la sacralidad de la vida sacramental católica. Con tan sólo una restauración de la auténtica belleza y cultura católica, se compondrían todos nuestros problemas.”
  3. “Ésta es una crisis de discipulado. Los católicos o desconocen, o no tienen una relación con Dios. Lo que realmente necesitamos es renovar a las parroquias para que sean centros de discipulado misionero, dónde se predica el kerygma y se le invita a la gente a responder a la proclamación inicial del Evangelio en un discipulado intencionado.”

De las dicotamías falsas y los ataques contra los nuestros

He aquí la cuestión. Al llegar a reconocer más personas este estado actual de declive, motivados por un amor genuino de Cristo y de Su Iglesia, podemos ser tentados a proponer “soluciones de balas mágicas”. Con el deseo genuino de renovación, veo que distintos grupos se vuelven miopes en su filiación con un solo aspecto de la solución, y al hacerlo, desarrollan dicotamías falsas que a la larga entorpecen nuestra capacidad para alcanzar la renovación auténtica de la Iglesia.

La respuesta a la crisis actual en la Iglesia no es una, sino las tres propuestas señaladas arriba. Mi preocupación no tiene nada que ver con ninguna de las tres soluciones involucrando a la catequesis, la liturgia o la evangelización, sino con las palabras: “solamente”, “sólo”, y “realmente”.

Lo que veo que se esté desarrollando, al hablar con católicos devotos, es la adopción de un camino preferido para la renovación y la obsesión con una sola solución al detrimento de las demás, a veces incluso enfrentando una solución contra la otra.

Un enfoque sobre el discipulado intencionado no debería de ser anti-intelectual, ni anti-liturgia sagrada. Un enfoque sobre la liturgia no debería de descuidar los esfuerzos de discipulado ni el ocuparse de los obstáculos intelectuales serios de la gente. El enfatizar la rica tradición católica intelectual no debe de excluir la necesidad de una relación personal con Dios (lo que llama Newman el “asentimiento real”), ni los ritos y costumbres que son nuestra herencia como católicos.

Si vamos a formar parte de la renovación de Dios para la Iglesia, no podemos pensar que estas realidades estén opuestas, sino que se comuniquen mutuamente las unas a las otras. Tenemos que ser capaces de caminar y de masticar chicle a la vez.

La cultura desayuna encíclicas

Quizás haya escuchado el dicho, “La cultura desayuna estrategia”. A un amigo mío de apostolado le gusta transformar esta famosa cita de negocios para el contexto de la parroquia católica, diciendo en su lugar, “La cultura desayuna encíclicas”. Si lee documentos del Concilio Vaticano II y de los últimos tres papas, percibirá una visión de una Iglesia preparada para encontrarse con todos los retos de la pos-modernidad, disponiendo de todos los posibles medios. Sin embargo, en conversaciones contemporáneas sobre la renovación, veo emergiendo esta dicotomía falsa entre los tipos de pensamiento de la “identidad / cultura católica” y de la “Nueva Evangelización”. ¿Deberíamos de estar restaurando focos de cultura católica o formando discípulos misioneros? Ambas cosas. La respuesta católica es siempre “ambos / y”.

Me encuentro con muchos sacerdotes y líderes parroquiales de corte tradicional quienes son sospechosos del lenguaje de la “evangelización” o del “discipulado” porque se preocupan que el seguimiento de esos objetivos conduciría a un rechazo de lo que nos hace singularmente católicos. Nada podría distar más de la verdad.

Honestamente, sí comprendo la cautela. Todos conservamos ciertos rasgos del trastorno de estrés postraumático provocado por cierta iconoclasia de los años posconciliares. Lo que el Obispo Robert Barron ha llamado un “catolicismo color beige” designa un catolicismo que busca ante todo la relevancia cultural provocando la abnegación de lo que es exclusivamente católico. Nadie quiere volver a, según lo ha nombrado un amigo, la “catequesis kumbaya”. Queremos que se cumpla la renovación de una manera que no ofusque lo que nos hace católicos, ¡sino que dirija con eso! Queremos tener la certeza de que lo que el Señor ha depositado en la Iglesia es algo que hablará a los corazones posmodernistas, que las verdades y bellezas eternas nunca serán culturalmente irrelevantes.

La evangelización y el discipulado no son “catequesis kumbaya”; y la renovación parroquial puede guiar con el lenguaje del discipulado intencionado y también hacerse de manera que acentúe nuestra rica tradición católica intelectual y litúrgica. Predicar el kerygma e invitar a las personas a que entren a una vida de discipulado y hacer que la misión de la Iglesia de evangelizar sea la misión central de nuestra parroquia no es diluir la Fe.

En su libro, Evangelical Catholicism [El Catolicismo evangélico], George Weigel nos da una herramienta práctica para discernir cómo buscar la renovación de una forma que conserve una catolicidad auténtica. Primero, pregunte, “¿Qué es esto?”. La renovación auténtica debe siempre de basarse en la verdad objetiva de algo. En segundo lugar, pregunte, “¿Cómo puedo volver a discernir cómo abordar esta realidad en vista de la misión?”[1] En el momento cultural actual, la Iglesia está siendo movida forzosamente desde una condición de aceptación cultural a una de misión.

En mi opinión, la misión y la cultura católica van de la mano. Los monasterios benedictinos, que fueron los responsables de gran parte de la conservación de la cultura (tanto católica como secular) tras la caída del Imperio Romano, también enviaban misioneros que evangelizaban grandes partes del mundo, incluyendo a Irlanda. Un enfoque sobre la reedificación de focos de vida y cultura católicas no es un paso equivocado, siempre y cuando no se detenga allí. La comunidad existe para los fines de la misión, y la misión para los fines de la comunidad. Necesitamos un enfoque más integral de la renovación.

Un reto, si no es molestia

Si me permite, ahora quisiera retar cada uno de los tres “campos”. En algún punto de mi vida, he caído en cada uno de ellos; entonces, me siento justificado en emitir estos pequeños fervorinos si usted se descubra utilizando palabras como “solamente” y “sólo” cuando conversa sobre la necesitada renovación de las parroquias.

Si usted es una persona de corte evangelización / discipulado, considere que la riqueza vibrante de la liturgia puede servir al proceso de la evangelización, desde la pre-evangelización hasta la catequesis. No puede sustituir la invitación a una relación personal con Dios; y aunque no sea una bala de plata para la evangelización, la belleza de la liturgia sí queda de pie como testimonio contra-cultural de los misterios que profesamos. También, la Misa no tiene realmente la intención de servir como evangelización inicial, entonces es probable que no podamos darle un nuevo giro efectivo con ese fin. Es una liturgia para los iniciados, y hay otros lugares en la vida parroquial que se prestan para ser “el lado menos profundo de la piscina” y “rampas de acceso más accesibles”.

Además, en esta Era de la Información, es importante que nuestros esfuerzos de evangelización sean teñidos con una rica apreciación de la seria participación del intelecto (no un esnobismo intelectual) que siempre ha caracterizado la misión de la Iglesia desde los días de San Pablo en el Areópago hasta la fecha. Una catequesis retadora, entonces, no solamente ha retenido su lugar importante en nuestra misión, sino que es más esencial que nunca. Aunque yo sigo encontrando que el método socrático es el método más efectivo para implicar conversaciones intelectuales (por ejemplo, ¿De dónde cree que venimos? ¿Cuál es el sentido de la vida? ¿Por qué existe algo en lugar de la nada?), en nuestro momento cultural, un conocimiento práctico de la teología fundamental y de la apologética ya no son unos complementos bonitos para el evangelizador que desea ser efectivo. Son, a cambio, cualidades no negociables.

Algunas preguntas para su consideración:

  1. ¿Percibo a la rica tradición litúrgica católica como un estorbo o como un auxilio para mis intentos de edificar una cultura de discipulado misionero? ¿Pienso que la una excluye mutuamente a la otra?
  2. ¿Les ofrecemos una catequesis y formación espiritual robustas a aquellos que han sido los beneficiarios de iniciativas de tipo evangelización inicial? O, ¿dejamos a la gente en el lado poco profundo del discipulado?

Si usted es de la opinión que una liturgia hermosa es lo único que se requiere para la renovación - algo que ya he escuchado - le invitaría a que considere la enseñanza de la Iglesia sobre la eficacia de los Sacramentos. Citando al Catecismo de la Iglesia Católica (párrafo 1131), los sacramentos “[d]an fruto en quienes los reciben con las disposiciones requeridas”. El impacto de los sacramentos en la vida de los que los reciben depende de la fe presente en los participantes. Si nuestro objetivo es ayudarle a la gente a rendir culto con mayor reverencia, deberíamos también de trabajar por fomentar la fe personal en nuestras comunidades. He visto demasiados buenos chicos católicos, que vienen de buenas familias católicas, y que se crían en parroquias realmente sólidas con una catequesis excelente y liturgias asombrosas, alejarse de la fe. La evangelización inicial sigue siendo crítica para suscitar la fe que habilite a los católicos bautizados a que se aferren subjetivamente a las gracias que sabemos se hacen disponibles en la Misa. En ninguno de los documentos de la Iglesia dice, “Si solamente celebráramos a la liturgia con mayor reverencia y hermosura, esto satisfará todas nuestras responsabilidades de evangelización”. En lugar de eso, el Catecismo (citando el Sacrosanctum concilium) dice, “La sagrada liturgia no agota toda la acción de la Iglesia" (SC 9): debe ser precedida por la evangelización, la fe y la conversión; sólo así puede dar sus frutos en la vida de los fieles” (1072).

Aunque nadie deba nunca de dudar de la importancia de una restauración de la liturgia, imagínese la cafetería hípster a unas cuadras de su casa, por ejemplo, y a toda la gente tomando unos cafés lattes adentro. Pregúntese si lo único que se requiera para que toda esa gente entregue su vida entera a Jesucristo es que nosotros celebremos correctamente a la liturgia. Más bien, el llamado misionero de la Iglesia que haga discípulos de todas las naciones es su mera identidad: “La Iglesia existe para evangelizar” (Evangelii nuntiandi, 14). Si ésta es la identidad universal de la Iglesia, entonces es también la de nuestra parroquia. Fundamentalmente, no existimos para nosotros mismos. El amor es desear el bien del otro. Tanto para los que estén dentro de nuestros muros como para los que están afuera, la liturgia bella – aunque de vital importancia - no es suficiente en sí misma.

Asimismo, la catequesis no es accidental en la vivencia de los ritmos de la vida litúrgica de la Iglesia. El Directorio Nacional para la Catequesis dice, “La catequesis precede la liturgia y sale brotando de ella”. La catequesis tiene que preceder nuestra recepción de los sacramentos, pero luego, también, una catequesis mistagógica es necesaria para que los creyentes sigan enamorándose más profundamente de Dios en los misterios que habitualmente celebran.

Algunas preguntas para su consideración:

  1. ¿Le damos prioridad a la proclamación inicial del Evangelio en nuestra parroquia? O, ¿solo hablamos con las personas a quienes “ya les cayó el veinte”? ¿Edificamos una estructura de comunidad que sirva como rampa de acceso dando la bienvenida e incorporando a una vida católica vibrante a aquellos que aún no conocen a Cristo y a Su Iglesia?
  2. ¿Está creciendo nuestra comunidad por el influjo de un gran número de conversos que se vuelvan católicos en la Pascua? O, ¿se debe nuestro crecimiento solo al hecho de otros católicos devotos manejan desde cierta distancia debido a nuestras liturgias?

Si usted es de las personas que creen que, si todo el mundo tan solo estudiara al Evangelio según San Juan, capítulo 6, de inmediato se haría católico, quizás sea importante notar que las personas son más que solamente “mente”, y el asentimiento / creencia es algo mucho más complejo que un asunto de que le digan lo que cree la Iglesia. La entrega de su vida entera a Cristo y a la Iglesia, el mismo llamado que nos hacen a todos, es más que una simple cuestión de la mente. Cuando le preguntaron por qué nunca se hizo católico, una de las mentes más brillantes de nuestros tiempos, C.S. Lewis es reportado haber contestado, “De haberse criado en Belfast, lo comprendería y nunca me haría esa pregunta.” [2] El prejuicio y la experiencia de vida pueden tener un impacto en la disposición de una persona para que se convierta. Una Nueva Apologética robusta es esencial para el progreso de la Nueva Evangelización, pero todo apologeta digno de serlo le dirá que puede darle a la gente las respuestas correctas, pero conquistar un alma es un asunto mucho más complicado. La catequesis a menudo depende primero de una evangelización inicial para que sea eficaz, seguido de una fruición litúrgica para completar su objetivo: ¡la transformación plena de un católico!

Algunas preguntas para considerar:

  1. ¿Aprecio la necesidad de predicar el kerygma y de invitar a la gente a que respondan a ello? ¿Me siento cómodo y eficaz al compartir mi testimonio personal, además de compartir las respuestas intelectuales que vienen de mis estudios?
  2. Cuando pienso en la evangelización, ¿pienso de inmediato en la “apologética”, o veo un papel más grande para otros métodos de acercamiento también?
  3. Nuestros esfuerzos parroquiales para la formación en la fe ¿se dirigen a los cuatro tipos de formación (intelectual, humana, pastoral y espiritual)? O, ¿tienden exclusivamente hacia el lado intelectual?

Me encantaría ver más parroquias intentar de veras las tres soluciones de manera robusta: una parroquia enfocada como láser sobre la pre-evangelización y la evangelización inicial para todos los que no son todavía discípulos (lo cual es la mayoría de la gente tanto en los bancos a como afuera del templo) mientras se ofrezcan unas liturgias sagradas hermosas, en conjunto con una catequesis vibrante y la formación para aquellos que han sido evangelizados. Para mí, esta visión para la renovación sería… sinfónica.

Para recalcar el punto

Para concluir, le comparto un secreto. Trabajo con las parroquias para edificar una cultura de evangelización y discipulado, entonces soy partidario con ese aspecto de la solución. Personalmente, pienso que arreglar la crisis del discipulado intencionado es el primer paso y, de hecho, ayudará a que los católicos tengan hambre de una liturgia relevante y una catequesis vibrante. La crisis al núcleo de muchas de las demás crisis en nuestra Iglesia hoy en día es la falta de discipulado en los católicos bautizados.

Para mí, debemos de maximizar nuestra eficacia de nuestra evangelización inicial y aprender a formar discípulos intencionados por estas razones: (1) La mayor parte de la gente en nuestras comunidades y la mayoría de los católicos no son discípulos intencionados; (2) Muy, MUY pocas parroquias son buenas en la evangelización inicial tanto para los católicos bautizados de sus bancos como para los que están en su comunidad; y (3) la Iglesia nos dice que los discípulos se forman por medio de una evangelización inicial. Si esto es lo que la mayoría de la gente requiera, y somos malísimos en llevar eso a cabo, pues tenemos que mejorar. Esto va a requerir paciencia, un cambio cultural desde tener una cultura parroquial ordenada primariamente al mantenimiento hacia una que sea ordenada radicalmente a la misión. Esto va a necesitar estrategia, intencionalidad, y tiempo.

El Papa San Juan Pablo II dejó muy claro este punto al escribir, “es necesario que los fieles pasen de una fe rutinaria, quizás mantenida sólo por el ambiente, a una fe consciente vivida personalmente. La renovación en la fe será siempre el mejor camino para conducir a todos a la Verdad que es Cristo. (Ecclesia in America, 73). Ya que la Iglesia ha dicho desde hace mucho que la evangelización inicial es siempre “lo primero”, debemos de volver a colocar “primero lo primero”.

El tema de la renovación parroquial exige que estemos dispuestos a pararnos en la tensión de la “ambas / y” de la catolicidad. No podemos permitir que nuestra pasión por un aspecto de la renovación nos lleve a denigrar otros aspectos críticos. Las tres soluciones de arriba pueden ser pilares sobre los que el banco de la renovación puede quedar parado, pero ninguna de ellas tiene la capacidad por su propia fuerza de ser la bala de plata de la renovación. Tenemos una responsabilidad como líderes parroquiales de edificar asombrosas culturas de formación y de belleza litúrgica y de hacer el trabajo lento y sucio de la forja de relaciones, la evangelización inicial y la predicación del kerygma a los que aún no son discípulos intencionados.

¿Verdad, Belleza o Bondad?

¿Fe, Esperanza, o Amor?

¿Santidad, Comunidad, o Misión?

¿Discipulado, Catequesis o Sagrada Liturgia?

En las palabras de la “Pequeña Flor” [Santa Teresa de Lisieux], y haciendo eco de la visión expansiva de la Santa Madre Iglesia, digo, “Dios mío, lo elijo todo”.

Tim Glemkowski es egresado de la Franciscan University de Steubenville y tiene una Maestría en Teología del Augustine Institute. Es ponente habitual en conferencias y en eventos parroquiales / diocesanos, y actualmente sirve a la Iglesia como Presidente y fundador de L’Alto Catholic Institute (laltocatholic.com) así como Presidente y co-fundador de Revive Parishes (reviveparishes.com). Tim es autor del libro, Made for Mission: Renewing Your Parish Culture [Hechos para la misión: la renovación de tu cultura parroquial] (2019,) editada por Our Sunday Visitor.

Notas


[1] George Weigel, Evangelical Catholicism: Deep Reform in the 21st-Century Church [El catolicismo evangélico: la reforma profunda en la Iglesia del siglo 21] (New York: Basic Books, 2013), 92-93.

Spanish translation by Althea Dawson Sidaway: [email protected]

 

Tim Glemkowski is an alumnus of Franciscan University of Steubenville and has his MA in Theology from the Augustine Institute. A frequent speaker at conferences and parish/diocesan events, he currently serves the Church as the president and founder of L’Alto Catholic Institute (laltocatholic.com) and the president and co-founder of Revive Parishes (reviveparishes.com). Tim is the author of the book, Made for Mission: Renewing Your Parish Culture (2019,) from Our Sunday Visitor.

This article is from The Catechetical Review (Online Edition ISSN 2379-6324) and may be copied for catechetical purposes only. It may not be reprinted in another published work without the permission of The Catechetical Review by contacting [email protected]

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