Hablando por mí, debo admitir que mi mente a menudo divaga durante la Misa, especialmente durante la Misa diaria. Generalmente me dejo caer en un banco de la iglesia unos treinta segundos antes o después de que el sacerdote haya entrado. Mi mente anda dando vueltas y estoy distraído por miles de pequeñas preocupaciones. Para cuando haya terminado el Evangelio, a menudo me doy cuenta que apenas he escuchado una palabra. Mi respuesta, "Gloria a Ti, Señor Jesús" a veces me provoca una risita silenciosa ya que viene pegada al final de un chorro de pensamientos que nada tenían que ver con Jesús. Luego, a pesar de mi sincera intención de concentrarme en la homilía, de nuevo se me va la mente. Sin embargo, a lo largo de los años, he descubierto unas técnicas que me han ayudado a lidiar con este problema.
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