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El Catecismo nos dice, en el párrafo 488, que “. . . desde toda la eternidad, Dios escogió para ser la Madre de Su Hijo a una hija de Israel, . . . ‘una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María’” [énfasis añadido].  Desde toda la eternidad, Dios escogió a la Virgen para ser madre de su Hijo amadísimo. Los teólogos, santos, y doctores de la Iglesia nos ayudan a reconocer las pistas que Dios nos ha dejado para preparar a nuestros corazones para entender quién es ella y cuál es su misión.  

Hay muchas maneras de entender la conexión entre la zarza ardiente y la Santísima Virgen. Tal vez hayas sido inspirado con otra conexión, pero aquí hay algunas reflexiones que se te pueden haber ocurrido.
 
De la misma manera que la zarza ardía y no se quemaba, la Virgen llevó al Dios del universo dentro de su seno, y no se dañó. Esto es realmente maravilloso cuando pensamos en las interacciones de los profetas con Dios: Elías cubrió su rostro con su manto para siquiera poder hablar con Dios (ver 1 Reyes 19:13). Para poder llegar a ser la Madre del Salvador y llevarlo dentro de su cuerpo, María fue ‘dotada por Dios con dones a la medida de una misión tan importante’ (LG 56; CEC 490). 

También podemos comparar el hecho de que no se quemaba la zarza aunque había fuego, con el hecho de que María es virgen aunque dio a luz un hijo. “Los relatos evangélicos presentan la concepción virginal como una obra divina que sobrepasa toda comprensión y toda posibilidad humana: ‘Lo concebido en ella viene del Espíritu Santo’, dice el ángel a José” (CEC 497). De la misma manera que la lumbre no toca o afecta a la zarza, de manera excepcional y milagrosa, el ser madre no toca o afecta la virginidad de María.  

Finalmente, por medio de la zarza ardiente, Moisés escucha la voz de Dios. De la misma manera, a través de la Santísima Virgen, somos conducidos  a escuchar la voz de su Hijo, como cuando ella se dirigió a los presentes en las bodas en Caná: “Hagan todo lo que él les diga” (Juan 2:5).Cuando escucharon a  Jesús e hicieron lo que Él les pidió, fueron testigos del primer milagro público de Nuestro Señor. La Virgen María siempre nos dirige a su Hijo; como dice San Luis María Grignon de Montfort, “¡A Jesús por María!”